De colores y sabores

Pensar en un paseo por Colombia empieza por contar una historia llena de colores, sabores, olores y muchas sensaciones bonitas. Nuestras imponentes montañas, los verdes valles y las ciudades pujantes, llenas de energía, son un placer necesario en medio de tanta tensión que se siente en el ambiente preelectoral.

Así que para darme una pausa y respirar antes de continuar en medio de la locura colectiva, decidí tomarme un fin de semana en familia e internarme con ellos en el corazón de Colombia: la zona cafetera. Allí me dejé abrazar, sin ninguna resistencia, por la inmensidad de sus guaduales, la imponencia de sus samanes y la coquetería de sus abundantes heliconias y bromelias.

Siempre escuchamos de la gran experiencia que es recorrer los pueblitos de Quindío, Risaralda y Caldas, pero todas esas narraciones se quedan cortas frente a lo que allí se vive, desde el despertar entre pajaritos dulceros que anuncian el nuevo día en la ventana de sus coloridas fincas, hasta el aroma del buen café que sale de cada cocina mientras muelen el maíz para sus tradicionales arepas de maíz pelao con el quesillo fresco, recién amasado.

Creo que encanto debe ser la palabra que mejor define estos paisajes, pues es difícil quitarles los ojos. Sucede algo así como un embrujo, que lo mantiene a uno atónito en cada camino que se recorre. Como en varias partes del país, la lluvia nos acompañó todo el tiempo, siendo una experiencia maravillosa, pues siempre será bueno recordar los que se siente caminar bajo la lluvia como cuando éramos niños chiquitos.

Estos municipios del Eje Cafetero no paran. Por el contrario, han entendido el valor de sus paisajes cafeteros y saben vender su cultura de maravilla. Experiencias como las actividades en fincas cafeteras por un día, visitar una granja autosuficiente, parques, museos o simplemente un recorrido por sus vías, son algunos de sus planes. A eso hay que sumarle tiempo necesario para ir a uno que otro pueblo a probar su café local, pues cada taza es una experiencia completamente diferente.

Adentrándonos en la comida, no hay plato malo ni pequeño. Aquí la abundancia es absoluta, y cada receta así lo representa, con dos ejemplos clásicos: el plato montañero y la bandeja paisa. Pero a estos hay que agregar el cerdo asado, la mazamorra, los patacones o plátanos asados, las truchas, el mondongo bien trancado… Todo tiene un sabor propio y local, que se hace inolvidable en el paladar.

Si de postres se trata, el rey también es el café, en un sinfín de presentaciones: helados, tortas, galletas, merengues, arequipe, sabajón, dulces y salsas. Quienes quieran darle un respiro al famoso grano, encuentran una amplia variedad de frutas frescas, cremas, flanes y delicias de panadería. Todo esto hace de este destino un lugar maravilloso, para dar y convidar.

La primera recomendación, como siempre, es darles una oportunidad a los negocios locales, a esos pequeños lugares con encanto que ponen el alma en cada plato y café que sirven. Parar, probar y seguir es un gran talento que tenemos los colombianos a la hora de picotear, y que hay que ejercer en el Eje. Básico, sobre todo, no dejar una solo gota de café servida. Para visitar tenemos la finca cafetera Recuca (@recucaoficial), que además de tener un paisaje cafetero espectacular, cuenta con un recorrido que lo lleva a uno a conocer la historia del café, recolectar uno que otro grano y cerrar disfrutando de una comida deliciosa.

Este paseo me dejó un brochazo de colores en el corazón, y el convencimiento de que solo tuve una pequeña prueba, y hay mucho más por conocer. Lo que sí me quedó claro es que la templanza y la dicha de esta región difícilmente la podremos encontrar en otro lugar. El Eje Cafetero, ese que conocí y aprendí en el colegio, es hoy un triángulo robusto y mágico, que recibe a propios y extraños con la sonrisa de gente y la belleza de sus tierras.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Junio 17, 2022.

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