El que niega un corrientazo está en el limbo de negar a su mamá. Todos en algún momento hemos, por necesidad, presupuesto o gusto, buscado y llegado a un buen corrientazo. De dónde salió el nombre, no tengo ni la menor idea, pero quien se lo puso tenia razón pues es la conexión entre el estómago, el bolsillo y el corazón, obvio.
Estos restaurantes que son una mezcla de cocina de la abuela, administración básica y capacidad de gestión en inventarios; acaban siendo ese espacio elegido porque se vuelve como el comedor de la casa de uno. Usted después de pasar de la desconfianza a la fidelidad, se vuelve socio preferencial a quién le permiten escoger entre sopa y fruta. Si ya es cliente honorario, saludar por el nombre al mesero y a la cajera le da puntos para un postre más grande.
Estos corrientazos son increíbles, son una experiencia gastronómica cada vez que uno entra. Nada nunca garantiza el éxito, pero sí denotan trabajo y mucha dedicación de sus propietarios. Su variedad dependiente del incremento desmedido de la canasta familiar siempre los obliga a tener en el menú varios, y hoy, bien pocos granos. Pasta o arroz en una porción importante y la proteína dependerán de lo que haya barato en la plaza. Jugo fresco donde siempre hay una marcada importancia en la guayaba, mora y limonada; y la recomendación de la casa: la espesa y sin mucho carácter sopa del día.
Son al parecer varias opciones siempre, entonces usted y sus compañeros de mesa piden lo que quieren o les acomoda. Uno puede cambiar algo que no quiera del “menú” por algo aparentemente carísimo, pero que en realidad no afecta en nada el bolsillo del restaurante: «¿Por favor me cambias la verdura por un huevo o la sopa por un poco mas de arroz?».
Sin embargo, lo más importante de estos lugares definitivamente no es el plato del día, la bandeja mejorada ni el “atendido por su propietario”. Lo significativo de estos lugares es que se convierten en un lugar de encuentro oficinero de medio día. Siempre hay que revisar que los vecinos de mesa no sean compañeros o medirse en los comentarios pues lo normal es oír los chismes de las oficinas de las personas de las mesas vecinas.
Ese almuerzo se convierte en el punto de comparación de las condiciones laborales, de las pintas de moda y de qué tanto trabaja uno. Es como un costurero gastronómico y descanso de medio día. Señores no hay necesidad de echarle tanta cabeza a los corrientazos; confíen, disfruten y sepan que desde restaurantes fifís con menú de almuerzo, están en el mismo juego de enganchar hambrientos comensales con buena comida y espacio para comer vecino.
Pasa la voz, #PaZaLaCorriente con los buenos corrientazos de su ciudad.
Hoy les comparto una receta fácil de cerdo picante con tortillas.
• 1 kilo de lomo de cerdo limpia. Un corte con más sabor y buena textura nuca.
• 1 piña pelada y picada en pequeños trozos
• 12 semillas de achote
• 2 dientes de ajo
• ½ cucharadita de comino
• Pimienta negra
• Laurel
• 4 Hojas de plátano
• Chile en polvo a su gusto
• ½ cucharadita de semillas de cilantro
• Cilantro finamente picado para terminar el plato
• Una taza de agua
• Sal
• Aceite
– Precalentar el horno a 200 grados.
– En una refractaria o lata para horno, poner dos hojas de plátano que cubran el fondo y permitan envolver el lomo al meterlo al horno.
– Sellar el lomo en una sartén dejando una costra en toda la pieza. ¡Doradito!
– Preparar el adobo con algo de aceite, achiote, ajo, comino, pimienta, laurel, chile y las semillas de cilantro. Macere todos los ingredientes y téngalo listo para pintar su cerdo!
– Poner el cerdo en la refractaria, bañarlo con el adobo, poner la piña a lo largo de toda la carne, agregar una taza de agua y cerrar con el resto de hojas de plátano.
– Hornear por 2 horas y revisar. La carne debe tener un color rosa y jugosa.
– Retirar y porcionar.
Ideal acompañar con tortillas o arroz amarillo.
#MadamePapita