El encanto de pasear por Colombia con responsabilidad

Viajar es un acto de amor y mucho conocimiento. Amor por la preparación, el descubrimiento, por la diferencia, por el paisaje que le quita a uno el aliento, y por la gente que, sin conocernos, ofrece lo mejor de su tierra. Pero, como todo acto de amor, también implica responsabilidad, así algunos crean que no. Y no se trata solo de tomarse la foto perfecta o tachar destinos de una lista para Instagram: se trata de caminar el país con los ojos abiertos, la conciencia despierta y funcional, y el corazón disponible a tener un poco más de paciencia.

Colombia, con su diversidad de paisajes, culturas y sabores, es un paraíso para quienes buscan experiencias auténticas y muy propias de cada cultura. Pero ese paraíso es frágil. Los manglares, los coloridos pueblos y las verdes montañas que hoy nos deslumbran necesitan que los cuidemos si queremos que otros puedan disfrutarlos. Lo grave es cuánto nos cuesta el tema de pensar en el otro y en un futuro.

Entonces, hablemos de turismo responsable, que significa elegir con intención, según nuestras expectativas y, sobre todo, respetando a la comunidad que visitamos: hay que apoyar a los operadores locales, hospedarse en lugares que promuevan prácticas sostenibles, respetar las tradiciones y no dejar más huella que la sonrisa o las gracias que uno regala al irse.

Aquí lo primero es informarse. No todos los destinos están listos para recibir grandes cantidades de visitantes. Hay ecosistemas en proceso de recuperación, otros no tienen infraestructura, y unos ni siquiera quieren cambiar su sencilla realidad por unos likes. Hacer consultas del tipo “cómo convivir con el entorno” es tan importante como decidir qué y cómo empacar, porque a veces el mejor acto de amor por un lugar es no visitarlo si las condiciones lo impactan negativamente.

Colombia tiene joyas que, si se conocen con respeto, nos devuelven el alma al cuerpo:

La Guajira: Más allá del desierto y las playas soñadas, este es territorio indígena. Visitarlo implica aprender de la cosmovisión wayuu, entender sus tiempos, normas, tejidos. Ir con operadores locales, como las cooperativas de mujeres, transforma la experiencia. Eso sí, cuiden el agua: cada gota vale oro. Es importante tener claro a qué van y cómo van: no se puede hacer sin coordinaciones previas. Déjense sorprender por el infinito juego de colores del cielo.

El Pacífico chocoano: Ver ballenas en Nuquí o Bahía Solano no tiene comparación, es un regalo de la naturaleza. Pero esta zona, además de biodiversa, es culturalmente rica y muy vulnerable. Alójense en eco-lodges que trabajan con las comunidades, y eviten las cadenas que solo extraen sin devolver. Seamos sinceros, hay planes que parecen sacados de una foto, mientras que otros, más maravillosos, construyen y ayudan a las comunidades. No se vayan sin probar un encocado de piangua, preparado por las matronas de la zona.

El Eje Cafetero: No todo es foto en hacienda cafetera. Hay experiencias de turismo rural en pueblos como Pijao o Génova, donde campesinos abren sus casas para mostrar cómo se cultiva el café con amor. Apoyar estas iniciativas es apoyar la permanencia digna del campo. Es un viaje que se debe hacer en carro, para perderse en la inmensidad de la belleza.

Caño Cristales: El famoso “río de los cinco colores” es una maravilla natural que necesita cuidado extremo. La temporada va de junio a noviembre y las visitas están reguladas; es decir, busquen operador y sigan las normas. Reglas básicas: No se puede nadar ni usar bloqueador, y eso no es un capricho, es conservación. Las caminatas deben ser guiadas, el consumo de alimentos es acorde a la zona. Hagan la tarea que SI vale la pena ir.

Consejos prácticos hay muchos: No llevar plásticos de un solo uso sino termos, respetar los límites de carga de los senderos, preguntar antes de tomar fotos, pues muchas comunidades no lo permiten y, en especial, escuchar, algo que nos cuesta ante la emoción del viaje. Escuchar al guía, al pescador, a la señora que cocina, al que vende mochilas tejidas por su abuela. Colombia es un tesoro turístico en proceso, pero debemos defender nuestro patrimonio y no permitir que seamos un destino donde nuestros niños sean explotados. El turismo que transforma no es el que se impone, sino el que se deja transformar. Viajar por Colombia es un privilegio, pero con el privilegio viene la responsabilidad.

Último hervor: vimos en las noticias que empezaron los accidentes en lanchas sobrecargadas o mal manejadas en el Caribe. Como parte de esta invitación, lo primero, que parece lógico, pero no lo es, es revisar las condiciones de seguridad del medio de transporte que vayan a usar: bus, carro, barco o lancha. Ahorrar en temas de seguridad puede generar una tragedia para el resto de la vida.

#MadamePapita

@madamepapita para El Espectador. Marzo 28, 2025.

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