Después de un año de pandemia, de comer en casa, cocinar en familia y tener tiempo para consentir los gustos de todos, poco a poco volvemos a la presencialidad, a las loncheras para los niños que regresan al colegio, envueltos en mil capas de protección, pero con el ánimo arriba por ver de nuevo a sus amigos. Los grandes, por nuestra parte, desempolvamos la coca plástica, el termo y las bolsas de sello mágico para llevar el almuerzo y las onces al trabajo. Retornar siempre es bueno, más ahora que nos hace sentir que lo estamos superando y que todo puede volver a ser posible en una nueva normalidad.
Claro, no ha sido fácil regresar a la rutina de pensar qué cocino la noche anterior, buscar comida que sea fácil para llevar y dejar algo para los que se quedan en casa. Todo esto, tratando de seguir comiendo sano y que lo que preparemos sea viable para meter en un tupper. Además, hay que llevar las porciones exactas, teniendo en cuenta que ya no podremos compartir en el trabajo por los cuidados de bioseguridad. La realidad de comer solo o a distancia en las oficinas enfría el corazón, pero nos da la razón.
Todo eso me ha hecho pensar en muchos menús y nuevas formas de disfrutar la comida, en alternativas sin tantos guisos y salsas que se rieguen, pero conservando siempre el sabor de la olla casera, la sazón de mi hogar y la vitamina amor. Aclaro: la pandemia me ha vuelto más sensible al simple hecho de tener que separarme a diario de los míos.
Les cuento que redescubrí entonces los soufflés, esos pequeños moldes de alguna proteína donde el huevo y las verduras hacen de mi almuerzo algo memorable. También volví a preparar muchacho al horno, un rollo de carne relleno de huevo y verduras que sirve para porcionar y llevar herméticamente a la oficina. Y cómo olvidarme del arroz con cositas, sea con pollo, verduras, jamón o atún, que me saca de líos con algo de ensalada o una sencilla porción de aguacate.
Para las onces también he estado probando cosas y la que más me funciona es seguir preparando unas buenas tortas de sal o de dulce. Mi preferida es la de banano, pero en casa me dicen que les haga panes salados con hierbas y hasta con tomate o queso. Eso, con un café, hace las delicias de una buena mañana de trabajo o las onces amables en el colegio. Como ven, tenemos que agradecer la practicidad que adquirimos en la pandemia y multiplicarla, porque la vida volvió con algo menos de afán, pero con la misma hambre a la hora de almorzar.
Muchos chefs de pandemia, al igual que cientos de panaderos graduados con honores en las redes sociales durante estos meses, gracias a la facilidad para aprender a hacer pan online, y sobre todo familias que descubrieron comer a seis manos o en plato compartido sentirán que esto es mejor que lo que teníamos antes de la pandemia. No se preocupen, lejos estamos de la normalidad que conocimos, pero estoy convencida de que un buen tupper y un pedazo abundante de pan serán una gran compañía en el momento de volver a sentarnos en la cafetería de la oficina a la hora del almuerzo.
Y como el que es cabellero repite, ayer volví a comer pollo a la brasa al estilo peruano y quiero recomendarles un emprendimiento que me sugirieron en un noticiero y que, como buena colombiana incrédula, temía probar. ¡Al final resultó un exitazo! @chickurestaurante es una pollería peruana en Bogotá y, siendo sinceros, creo que es la primera que veo por aquí.
“Hecho como en Perú”, reza su promesa de venta. En honor a la verdad y después de festejar en un par de oportunidades en Lima el Día Nacional del Pollo a la Brasa (porque existe y se celebra), puedo decirles que su adobo y su particular manera de cortarlo me llevó de regreso a esos felices momentos con los amigos peruanos y su orgullo por el pollo. #AmantesDelPollo, este es un lugar donde no estamos lejos de los sabores incas, así revivan esos nefastos chistes de los momentos de Laura en América y las dichosas polladas. Eso sí, les garantizo que un tupper con pollo Chickú les hará el día una dicha en la oficina.