Seis meses plantados en la sala de la casa pensando qué hacer para no chiflarse o engordarse, haciendo viajes cada 15 minutos a la nevera y tratando de estar lúcidos entre el teletrabajo y el colegio en casa. En medio de toda esa actividad casera, a muchos nos dio por sacar la palita oxidada, buscar por internet semillas, materas e insumos, y comenzar el tan anhelado huerto en casa. Por sus páginas de Instagram los conocerás, y me enorgullece ver cómo muchas personas amigas muestran por estos días sus cosechas de balcón con lechugas, cebollas, ajos (por sí de paso sirve para el virus), hierbas aromáticas y hasta tomates que trepan por los pequeños espacios de sol de sus apartamentos.
En mi casa siempre hemos sido de huerta. Crecí con papás que por épocas se dedicaron a diversos cultivos de flores y hortalizas, y eso sembró en mí la necesidad de ser una orgullosa productora de comida en cualquier tarro o bandeja de huevos que encuentre. Sumada a mi amor por la cocina, la necesidad de tener un huerto en casa era una obviedad. Hoy, tanto en casa como en la finca, sembrar es uno de los mejores planes, pues no solo hemos adaptado los espacios en las terrazas o debajo de la escalera, sino que seguir abonando y desyerbando cada cierto tiempo se vuelve un ritual. Sin embargo, esa alegría que de niña sentía arrancando una lechuga o un rábano no sigue igualita. Por el contrario, creo que hoy soy aún más feliz de poder cosechar lo que por meses se ha cuidado; desde esa pequeña plántula en la que ponemos toda la fe, hasta que su fruto llega a nuestra cocina para hacer el mejor y más fresco plato posible.
La pandemia no solo trajo dificultades y angustias. Tenemos que reconocer que a muchos nos dio un compás de espera que despertó iniciativas para invertir el tiempo libre y, lo más importante, la conciencia de hacer las cosas básicas que habíamos olvidado, como la necesidad de proveer alimentos para nuestros hogares y entender que no debemos dar por sentado que las cosas existen per se en las tiendas más cercanas, o que en un futuro la abundancia y el poder conseguirlas estén a la vuelta de la esquina. Suena algo dramático, pero creo que es más que positivo, pues ese regreso a la tierrita nos enseñó a valorar cómo el amor, los cuidados, el abono y el riego que hay que darle a esa plántula que nos llenó de felicidad terminaron convirtiéndose en una gran apuesta por la vida, por una nueva forma de existir en este planeta.
Así mismo, como muchos lo vivieron en sus casas, también nacieron iniciativas que vale la pena destacar, como @delhuertodeleden. Dos familias que apostaron por el agroturismo como proyecto de vida fuera del mundanal ruido de su trabajo de oficina y que vieron la necesidad de dar un giro al negocio mientras ha ido avanzando esta pandemia. Así, dieron vida a un proyecto que además de divertido es altamente pedagógico para toda la familia.
En ese compás de tiempo donde todos aprendimos a volver al campo, la Hacienda Ecoturística Villa Sofía se convirtió en un laboratorio para dar a conocer de primera mano las bondades de la naturaleza en la ciudad: “Nuestro enfoque principal son los niños, debido a que ellos son quienes realmente pueden generar un cambio en el mundo y en la forma que consumimos los alimentos, creando en ellos conciencia y destacando la importancia del fortalecimiento de la seguridad y soberanía alimentaria a través de huertas orgánicas. Creamos el Kit PlantArte, donde los niños desarrollan su creatividad pintando las materas y explorando junto a su familia todo el proceso evolutivo de las plantas”, asegura Victoria Rodríguez, socia de Huertas del Edén.
Diseñando sus propios artículos para sembrar, desde la bandeja germinadora pasando por materas y estructuras verticales, personalizaron cada kit de siembra infantil. Con esto, los “Garden Pro” son para toda la familia, y llegaron a plantarse en las casas como alternativa de actividades de agricultura urbana, una alternativa real en medio de estos meses de cuidarnos en casa.