Como buena cocinera, cada vez que pongo a Celia Cruz caigo en dos lugares comunes: su inolvidable grito de “azúcaaaa”, y la canción Yerbero Moderno. Además de ganas de mover el cuerpo, ambos me despiertan ese lado de curandero que lleva uno consigo, así como las ganas de seguir escarbando en la tierra para ver cómo deja uno de tomarse tanta vaina rara y, más bien, mejorarse del todo de una forma natural. Celia es una diosa, una bocanada de aire para cualquier momento, y sus letras sobre la comida, la cocina y una que otra solución rápida para el corazón, son maravillosas.
“Traigo yerba santa, pa’ la garganta. Traigo keisimon, pa’ la hinchazón. Traigo abrecaminos, pa’ tu destino, traigo la ruda pa’ el que estornuda (…)”.
Y es que esto de yerberos y ser yerbateros ha entrado en una moda algo quisquillosa, que lo está convirtiendo en una conversación innecesaria sobre la competencia entre la medicina tradicional y lo que la naturaleza puede hacer por nosotros y por nuestro cuerpo, de forma más sana y amorosa. Nadie está diciendo que hay que mandar los tratamientos al cuerno y dedicarse a las aguas, yerbas y comidas, faltaba más. Pero lo que sí es claro es que la naturaleza es sabia, y si uno aprende a aprovecharla, lo agradece.
Como buenos colombianos, empezamos todos los años con hierbas. Las mamás nos han curado por décadas el estómago, las gripas y resfríos, entre otros males, y hasta cuidado de los embarazos con agüitas sabrosas, compotas de frutas, verduras y una que otra yerba que, a la fecha, siguen estando muy vigentes. No hay mal que dure cien años, ni mamá que no le tenga solución natural, sepa bueno, espantoso o su aspecto parezca un objeto alimenticio no identificado.
(…) También traigo albahaca, pa’ la gente flaca. El apazote, para los brotes; el vetiver, para el que no ve, y con esa yerba, se casa usted (…)”.
En los colegios nos daban agua de canela para los dolores de estómago. Fuimos creciendo y nos decían siempre que el tomillo era digestivo, igual que el anís estrellado. El agua de manzana o la lechuga con toronjil nos hacían dormir y, claramente, la menta era salvadora de los resfriados. Si las cosas empeoraban en las temporadas de gripas, las temidas aguas de sauco, mora, miel y limón, así como el horroroso jugo de naranja caliente con miel y algo de mantequilla.
Ahora están muy de moda los shots de jugo de limón, cúrcuma, pimienta cayena, jengibre, una pizca de sal y adiós gripa. Y sigue siendo muy famosa el agua de hojas de apio, cáscara de piña o de diente de león para el estómago, indigestiones o revoluciones internas. Mientras que para los que sufrimos de temas respiratorios, las vaporizaciones de eucalipto, tomillo o romero siempre harán parte de las recomendaciones.
Sin embargo, los ases de abuelas y mamás son la caléndula y la manzanilla, a las que les atribuyen más de una propiedad. Y, siendo sinceros, me han servido para todo. Caléndula hasta para lavarme los dientes, emplastos, cremas, lociones, en agua, en té de hierbas… En fin, en lo que la pongan, es un ingrediente que desinflama y cura. Y la manzanilla, bueno, mi mamá la usó hasta para lavarme el pelo desde chiquita para cuidarme el color, pasando por el agua de dormir, hasta seca para ponerla como marcapáginas para los libros.
Como ven, se trata de cosas sencillas y que seguro son un acompañamiento justo y necesario para bajarle un poco a las pastillas y fortalecer el estómago y el alma de una forma más natural. Toronjil, albahaca, pasiflora para cualquier mal de nervios o dificultades para conciliar el sueño. Lo que hay en la naturaleza son ingredientes que nos ayudan a mejorar la salud, a mantenernos al día con nuestro sistema inmune y, claro está, darnos un empujón en el día según las hierbas de principio de año.
Todos tenemos conocimientos milenarios que han pasado de generación en generación, heredándose como soluciones sanadoras que nos mantienen enraizados, no solo con lo que somos como familia, sino también con la tierrita que, seguro, todos tenemos en el fondo, como buenos yerbateros que somos. Les dejo una guía del ICA (Instituto Colombiano Agropecuario) sobre como cultivar y algunos beneficios de las plantas aromáticas.
Último hervor: En los últimos días conocimos, con mucha dicha y sorpresa, que, por primera vez en la historia de la Guía Michelin, le era entregada una estrella a una taquería mexicana con solo tres tacos (de bistec, costilla y “gaonera”) como menú, y muchos años de servicio y calidad. México por naturaleza ha sido un referente de gastronomía, pero a más de uno le costó reconocer este premio. Por el contrario, a mí se me infla el pecho al saber que esas cocinas, que llevan dos y tres generaciones trabajando en lo simple, en recetas sin pierde, pero llenas de calidad y sabor, merecen también su espacio de reconocimiento mundial.
El Califa de León pasa a la historia según Mario Hernández Alonso, su propietario, por ser auténticos, haber realizado pocos cambios desde que iniciaron el proyecto en manos de su padre y siempre ofrecer productos de altísima calidad. Enhorabuena por esas cocinas que se mantienen en lo local, en sus productos estrella y en esos sabores que pasan de generación en generación, manteniendo lo que saben hacer muy bien.
Ustedes, ¿a qué cocina en Colombia le darían su primera estrella Michelin? Los leo en X en @ChefGuty, o en Instagram en Madame Papita.