No me dañen el caldo de pata

Vuelve a estar muy de moda el mejor remedio que tenía mi abuela para todos los males: el caldo de pata, bien fuera de res o pollo, o el caldo batido de carne. Llevamos ya un par de años en que el caldo ha vuelto a ser importante en la nutrición de nosotros, desencasillándolo como una solución para el dolor de estómago y el guayabo. Por el contrario, actualmente tiene un papel muy importante en la alimentación del día a día de atletas, sirve para retrasar el proceso de envejecimiento de las articulaciones, es un apoyo para un tracto digestivo más sano, y porque no, hasta aporta para el colágeno que necesitamos las mujeres a partir de cierta edad (en la cual me incluyo).

Los caldos son una solución maravillosa, siempre y cuando no sean esos polvos o cubos listos, que ni quiero leer la etiqueta para no darle la razón a nadie. Un buen caldo es cuestión de agua, un buen hueso de cualquier animal, hierbas aromáticas, algo de verdura, sal y pimienta, y una tonelada de paciencia, para esperar que el tiempo pase. Colombia ha tenido caldos memorables desde siempre, con una lista que se puede alargar según el gusto del consumidor: pajarilla, menudencias, costilla y, claro está, el de papa, que todo lo soluciona.

Somos un país que aún hoy, y con la economía apretada, siempre va a preferir de primer plato una sopa o una crema que caliente el alma y el ambiente. La sustancia es lo primordial, pero el recado también. Los fines de semana, las sopas en cada región son un llamado a un buen almuerzo con amigos, y en la vida de todos, son una cura sabrosa para cualquier malestar. Las sopas son recetas que hemos heredado generacionalmente y que, de cualquier manera, siempre son un balance para la economía del hogar.

Por estos días, el caldo de pata (de pollo) se ha vuelto protagonista, de una manera horrorosa, de las redes sociales, que lo convirtieron en un término corto para referirse a la compleja, misteriosa y desgreñada situación que vivimos en Colombia a diario. Faltaría más que ahora el caldo también se vea satanizado gracias a los gurús digitales de la vida nacional, que osan comparar la realidad con el plato. Hay dos frases que, de verdad, hablan muy mal de nosotros como furibundos opinadores: “Caldo de cultivo” y “darnos pata”, pero juntarlas y además decir que Colombia es un ‘caldo de pata’ ya es un símil muy difícil de pasar.

La base del caldo es pata de pollo, preferiblemente, acompañada con algo de apio, cebolla, sal, pimienta, entre otros. Es un super alimento para quienes tienen reducida su ingesta diaria de proteína, que es el caso de miles de colombianos, y su aspecto permite que usted le ponga un algo más y sea una gran comida para todos. Pero claro, como estaremos para sentirnos exquisitos con la situación actual, entonces empezamos con las comparaciones pendejas.

Lo cierto es que cuando en una casa hay una taza de caldo espeso, hay una buena comida de por medio. Bien diferente a un caldo de cultivo que, generalmente, termina siendo un pronóstico de un problema mayúsculo, según el argot de las madres preocupadas por las andanzas de sus hijos. Mientras que una buena pata de pollo guisada, o una pata de res bien cocinada son manjares de la cocina, ver en un ‘caldo de pata’ la situación de Colombia conlleva una amplia capacidad de imaginar los personajes, los sabores, las situaciones y hasta la posibilidad de leer, en el fondo del plato, el futuro del país.

Los caldos son maravillas de nuestra cocina, delicias de las abuelas y soluciones alimenticias de muchos hogares. Lejos estamos de un caldo de pata real entre nosotros, donde la violencia sea el caldo de cultivo a una revolución violenta, como la que vivimos hace unos años, en donde después de mucho buscar el origen, descubrimos que el ingrediente principal siempre fue la desinformación en las redes sociales.

Último hervor: Las panaderías de barrio están como el pobre caldo, buscando quién las salve, pues la situación semana a semana está más compleja en términos de costo-beneficio. Y, para completar, a veces parece que cada día tienen menos clientes fieles, de esos que religiosamente compraban su pan del desayuno. Volvemos a la satanización: ¿de cuándo acá el pan caserito de nuestros barrios necesita más impuestos, más sobrecostos y más explicaciones?

El tema de tener que etiquetar, marcar y anunciar que todo puede ser un posible causante de enfermedades está llevando a los extremos muchas conversaciones que serían más positivas y propositivas si, además de poner en conocimiento del consumidor los ingredientes usados, le bajáramos tres puntos a la indignación. Para una gran parte de colombianos, un pan en el desayuno es lo básico, debido a sus preferencias y sus ingresos, pues no todos los días hay para tamal, caldo o huevos. Pasen por la panadería del vecino, busquen la promoción del día y ayuden. Y usted, amigo panadero, ármese de valor para seguir defendiendo su pan.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Marzo 14, 2024

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