Los infaltables

Esta semana, en una reunión, preguntaron por las marcas que extrañamos, esas que ya no están en el mercado y que día a día parece crecer. Hay, además, otra categoría no muy lejana: las infaltables, esas que no cambiamos por más que la marca competencia sea ostensiblemente más barata. Y es que uno tiene esa lista de pequeños detalles que le alegran la vida, esos goles que uno mismo se mete en el mercado, pero que sabe que seguro le traerán un buen rato a la hora de comerlos. ¡Un gusto culposo!

Desde mi memoria aún me saboreo los Quipitos (ojo, no los pops de hoy), ese polvo que se pegaba al paladar y era un desafío pasarlo. También recuerdo los chicles Motitas, con su promesa de hacer las bombas más grandes, siendo casi que imposibles de mascar al principio, pues eran poderosamente duros. Los Certs, que eran esos dulces entre mentolados, dulces y algo ácidos; y el temido huevo blanco de Italo, que era una tarea por hora para poder llegar al chocolate que traía en el centro. Súmenle el Minisigui, las galletas Rondallas y hasta los Gudiz, con los que éramos tan felices. Hoy, con tristeza, hay que reconocer que difícilmente se consiguen en esas versiones de antaño.

Cada generación trae sus códigos, sus sabores y sus gustos, y con ellos, sus restaurantes y bares, donde lo que se extraña son marcas del corazón. Los que somos hijos de los 80 tenemos en la cabeza la Pizza Nostra, D’omo, Primos, Charlie’s Roastbeef y Bennys en la zona rosa, el Cream Helado de la Caracas con 28, La Campiña en Unicentro, Banana Boat en la carrera 15, Sandrick’s, La Piazzeta, Pozzetto, Yanuba, Uniclub, Whopper King, Carbón de Palo, Presto y, los favoritos de muchos: Helados Yeti. Y eso que seguro se me quedan varios por fuera. Pasó el tiempo, muchos se fueron o cambiaron, y si bien nos acomodamos e incluso nos volvimos a enamorar de nuevos sitios, siempre volvemos a esa memoria que en la niñez y juventud nos hicieron muy felices.

Nostalgia, me dice una amiga mientras escribo. Otros dicen recuerdos de la juventud, que siempre serán tesoros. Y hay algunos que, además, tenemos esas recetas de los papás que creyeron que podían tropicalizar en casa esos sabores, para no perder esos espacios donde la familia comía con tanto gusto. Todo esto se vuelve un infaltable de la memoria, pues nunca será igual.

Hoy, con mucha frecuencia, oímos que en el mercado aún elegimos según la marca que nos llega al paladar. Empecemos por las salsas: siempre la de tomate y la mostaza traen nombre y apellido propios, y ve uno en las góndolas a las mamás renegar por el precio. Ni digamos lo que pasa cuando llegamos a las galletas, ahí las ganadoras siempre serán las María, los deditos y las Morenitas. Yo aquí si voy a pecar, que sea con gusto y paquete doble de deditos de chocolate. Ni hablemos de ponqués, porque aquí los ganadores serán siempre los ramitos, seguidos muy de cerca de los Chocorramos y, por qué no, de las mantecadas empacadas individualmente en las tiendas.

Ya en esto, no podemos olvidar los liberales, las mogollas y los panes en rollo, que ya las grandes marcas lograron poner en paquetes para toda la semana. No estoy comparando con las panaderías de barrio, pero es una verdad latente: los panecitos de rollo están en los mercados, y son una gran solución. El mal de estómago y las náuseas del embarazo se siguen solucionando con galletas de soda, y no hay fiesta en la casa sin tostadas con el pan de la semana, que seguro su mamá revive.

Respecto a las papas fritas, están muy de moda las que tienen algo de cáscara y un poco de sal gruesa, pero no hay quién desbanque las papas de pollo, limón o BBQ. Los temidos Trocipollos siguen siendo un clásico, y los platanitos dulces siempre serán un gusto para cualquier ocasión.

Cada espacio del mercado tiene un lugar en nuestra memoria. Es algo que nos pertenece a cada uno, es ese escape que empieza cuando recordamos lo que para cada uno es bueno, y donde nos encontramos entre la dicha y la dieta. Sobre estos, la mayoría siempre dirá que ese bocadito nos hace el momento de dicha.

No puedo dejar por fuera los postres, pues la memoria tiene espacio no solo para paquetes, panes y salsas. Nuestros postres siguen siendo una dicha en el mercado: brevas en almíbar, casquitos de limón, manjar blanco, bocadillo (que no es de mis favoritos, pero en mi casa son religiosos), espejuelos, herpos. Los helados en vasitos, la porción de torta envinada y, por qué no y ya que estamos botados, un buen pedazo de brazo de reina.

No todo tiempo pasado fue más saludable, pero estoy segura de que todo era un poco más sencillo y menos satanizado, y en muchos casos más sabroso. La dicha de comer con moderación era propia de cada casa, y los restaurantes envejecían con uno. Las abuelas y las mamás siempre tenían un guardado, y sabían para quién en casa era. Además, el libro de las anotaciones y recetas se convertía en la lista de pedidos especiales con o sin marca, pero que era la dicha.

La cocina es ese infaltable en la dicha de las personas. Tristezas o dichas se comparten con un café y un buen pan. Las familias guardamos en la memoria esos lugares donde siempre nos encontrábamos a los papás y sus amigos. Y siempre estará en el tesoro de la historia, ese producto que aún hoy nos hace suspirar.

Último hervor: Hablando de empaquetados, cada día son más vergonzosos los gramajes que dicen tener y el producto que uno recibe, sobre todo en algunos productos lácteos, papas fritas, platanitos, y demás delicias. ¡Ya estamos pasados en el aire! Es vergonzoso ver, en muchos casos, que un tercio del paquete tiene contenido y el resto es un mero recuerdo. Señores: no hay necesidad de abusar de sus clientes, ni echar cuentos chinos, porque el cansancio llega y el cambio de marca es evidente.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Febrero 29, 2024

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