En la actualidad, lo básico se diluyó entre las modas, los retos y las dietas. Es impresionante la rapidez y facilidad con la que desaparecen productos y, cuando se pregunta por ellos, simplemente contestan que “ya no están de moda”. No deja de ser extraño, y hasta desolador, que un buen producto salga de rotación solo porque el hervor pasó.
En el precio y el consumo hay una balanza invisible en la que todos vivimos, pero que es justa y necesaria en cualquier negocio. Pero ahora hay un peso invisible: ‘las modas’. Poner un producto en el mercado trae consigo un trabajo previo en la cadena de abastecimiento que nadie calcula, ya que las cosas no aparecen por arte de gracia. Detrás de cada lanzamiento hay empleados, investigación, producción, empaque… millones de variantes que, sin lugar a duda, son el motor de la economía.
Vemos entonces que las redes se han convertido en peligrosos espacios de juicio de valor. La satanización, los linchamientos digitales, y ni hablemos de las estafas que pululan, son cada día más comunes y, tristemente, menos denunciadas con peso y justificación. No desconozco que los robos, estafas, cambiazos o como lo queramos llamar parecen cada día más inminentes, pero la pregunta es: ¿de verdad los estamos denunciando a tiempo? ¿Son las redes sociales los espacios para esto?
Productos milagrosos y malos hay en cualquier mercado, no solo en la alimentación. Pero como vivimos de la inmediatez de los gurús de moda, del látigo de las dietas y de la innecesaria inmersión en los retos digitales, se nos olvida que la experiencia es única. Nunca una cosa es igual para cada uno de nosotros, y quizás ese producto que uno le cae mal, al vecino le parece delicioso, y tendría un espacio en otro grupo de personas.
Lo básico sería que antes de acabar con algo, contactemos a la línea de atención al cliente, que puede ser redes, teléfono, mail; respirar y no sumirse en inagotables cadenas de mensajes repetidos, y que podría pensar uno a ratos parecen adrede… ya saben de lo que hablo. Nos hemos convertido no solo en personas intolerantes a la lactosa: somos intolerantes a todo lo que no nos cabe en la cabeza. Por eso, y casi siempre sin pensarlo, se juzga y se acaba en escenarios donde la vida real no pasa.
Si lo mismo pasara en situaciones básicas, como garantizar la alimentación de los niños en los colegios, seríamos investigadores, jueces y verdugos implacables en esos procesos, que es donde de verdad ponemos en riesgo la vida de la gente, no en retos que a todas luces se ven falsos y mezquinos. Este fin de año, vi nuevamente noticias de personas fallecidas por un reto que los llevaba a tomar más agua de la que el cuerpo puede procesar, y no pude evitar pensar “qué necesidad hay de tanta estupidez”.
Hice un poco más de investigación y no era solo un reto en redes: tenían escritos tipo doctrina, un gran discurso, todo un sistema que, de verdad, parecía una preciada cadena de mercadeo exitosa. El resultado: unos titulares educando consumidores para no morir en el intento. En el mundo mueren a diario centenares de personas de hambre, otros tantos pasen días sin lograr una alimentación balanceada, y ni hablemos de lo que vemos en las noticias de las raciones de alimentación en los países en guerra. Parece un cuento chino, como todas esas modas e inventos, pero no lo es: la crisis alimentaria mundial no tiene precedentes en la historia, la gente en el siglo XXI se sigue muriendo de hambre y sed, hoy más que nunca.
Lo básico sería entender la labor social que deberíamos hacer todos en torno a fortalecer las cadenas productivas para trabajar en un sistema más justo entre productores, compradores finales, y aprender a dar larga vida a los alimentos que se comienzan a quedar en las neveras, y que todos podemos, de alguna forma, rotar, compartir o donar.
Aunque parece mentira, les juro que la vida va más allá de las redes sociales, de las cadenas de dietas milagrosas que venden productos traídos del más allá, y de lo que pasa inverosímilmente en los retos de moda. No en vano el mundo comienza a moverse en torno a una legislación menos flexible frente a la información que circula en esas plataformas, pues lo cierto es que la comida, y particularmente en países como el nuestro, es un lujo que no deberíamos despreciar.
Esto es simple y básico: piensen antes de reproducir, lean antes de consumir milagros y, antes de terminar con un producto, restaurante, bar a punta de comentarios públicos, estén seguros que agotaron las instancias que tenían para contactar con ese proveedor. Volver a esas líneas básicas se agradece, permite que la gente madure su negocio y sepa qué es lo que realmente quiere el consumidor en el tiempo, no en la inmediatez del reto del día.
Antes del like, estén seguros de qué se está llevando a la boca. Buen provecho.
Último hervor: Bogotá es una ciudad insegura, eso nadie lo puede discutir. Venimos de capa caída, y Batmanno podrá venir en su Batimóvil a salvarnos milagrosamente. Cada día la percepción deja de ser eso, y se convierte en realidad. Hoy mi llamado a las autoridades es por los restauranteros de toda Bogotá, no de una localidad en particular. Este un sector golpeado por los costos de operación, porque los bogotanos estamos priorizando gastos y, claramente, uno recorta por lo que menos necesita. Ahora hay que sumarle que los atracos de “moda” son en los restaurantes. El sector no aguanta más gastos, como para tener seguridad privada en cada puerta. Además, creo que no alcanzarían los guardias. La negra noche, que se está convirtiendo en un tema de día a día, está afectando profundamente la dinámica de los restaurantes. ¿Hasta cuándo? Y de paso, una última reflexión: la seguridad no debería ser una moda, sino un derecho de todos, ¡es lo básico!