Creo que muchos nos escandalizamos cuando sale la noticia de un recibo por 157.000 pesos en un desayuno en un aeropuerto. Entonces todos, sin ponernos de acuerdo, decidimos culpar al terminal aéreo en lugar de revisar cómo o por qué llegamos a comernos ese desayuno. Y es que hay muchos que no han entendido que la culpa no es de la infraestructura: es de nosotros, que ‘pagamos el gusto’, como dice mi mamá. No hay necesidad de llevar huevo duro en coca, pero sí podemos ser un poco más aterrizados y revisar las cartas antes de entrar o, si decidimos comer en ese lugar, asumirlo y luego no acabar con su nombre.
Después de una semana en la que tuve que pasar por varios aeropuertos por cuestiones de trabajo, quiero informarles que no es un tema exclusivo de Bogotá: es un tema de todos los aeropuertos, incluso los internacionales, donde aplican la regla de costo-beneficio. Entonces, como saben la necesidad de los clientes, sacan un margen que nosotros debemos decidir si estamos dispuestos a pagar, bien sea porque llegamos sobre el tiempo, nos da pena la lonchera o simplemente es un gustico que sale caro.
Además de ver unos precios descomunales, debo decir que me encontré con una calidad pavorosa. Pan viejo, sándwiches quemados en las neveras, pues en muchos casos no los tapan; comida recalentada, ya que la rotación no les da a todos los restaurantes para salir de todo a diario. Y ni hablar de las bebidas enlatadas y de botella, ya que con lo que pagué por una me podría comprar un par, y hasta más, en otro lugar. Pero vuelvo y lo digo: me pasó por no tener a la mano mi termo de agua.
Ahora, hay que decir que la comida de los aeropuertos, generalmente, no es la más rica. Es una comida donde el tiempo es apremiante, la oferta debe responder a la gran multiplicidad de viajeros, y la rotación depende, sí o sí, del flujo de pasajeros diarios. Entonces retomo lo básico: ¿por qué nos escandalizamos con una noticia que tiene más un trasfondo de gusto que de necesidad? Nadie está diciendo que nos regalen la comida, ni que sean servicios de horas. Estamos pidiendo un poco más de manejo.
Las cadenas de comidas rápidas terminan siendo los reyes en ese mercado, porque sus precios suelen ser los mismos que en el resto de la ciudad. Ahí el tema pasa por tener que hacer una larga fila por una hamburguesa, un pollo o un arroz chino. Todo termina dependiendo, obviamente, de la oferta, pues en estos lugares la rotación es corta en tiempo de preparación, va uno a la fija, y ya cada uno tiene su fanaticada.
Las máquinas dispensadoras han ganado bastante mercado, con una oferta de productos sanos, algunos, y otros de puro mecato. Pero a la hora del té, entre comprar carísimo en los locales y los aviones, uno que otro paquete y quesillo ayudan en las horas de espera y vuelo. Esto, señores, es libre mercado. La competencia es, claramente, algo similar al canibalismo, y depende de uno pagarlo o no.
Yo cargo lonchera, sin pena y respetuosa de la situación de estar encerrada en un avión. Por eso, trato de llevar fruta, galletas, proteínas líquidas, queso… y así me soluciono un poco la vida. Los aeropuertos son lugares de paso, donde el tiempo es el que manda y donde cada uno responde por hacerse el rato un poco más agradable. Tengan en cuenta que cada ciudad tiene su ritmo y sus necesidades, así que dependiendo del destino se hará la vida más fácil si se adapta a la realidad y disfruta el contexto como parte del paseo.
Último hervor: En este espacio siempre apoyamos a los agricultores, así que hoy, como tantas veces, los invito a jugársela por ellos comprando lo de nuestra tierra, lo que está en cosecha. Una buena opción en este momento son los mangostinos frescos, que darán un nuevo toque a los desayunos. Los de @coldriverflowers, que vienen directo del cultivo en los llanos orientales, son una buena manera de darle una oportunidad a esta deliciosa fruta. Entonces, aprovechen esta época para darse el gusto de comerse unos buenos mangostinos baby, y de paso les dan una mano a los cultivadores locales.