Qué sería vivir sin…

Hace unos días oí el clásico inmortal de Maná donde cantan “cómo quisiera poder vivir sin agua…” y me quede pensando lo difícil que sería vivir sin agua fresca por días, semanas o incluso meses, como tristemente pasa en algunas comunidades del país. Entre canciones, seguí pensando en las privaciones, las que no podemos controlar, como la citada, y las absurdas, como la que suscitó el escándalo de esta semana, respecto a la restricción de la mostaza dijon y la salsa soja por su contenido de sodio.

Debo decir que por temporadas he dejado las gaseosas dietéticas y ha sido una tarea titánica. Ni hablar de las dietas restrictivas de cuando era joven y poco entendida del daño que me estaba haciendo tanto en ese momento como a futuro. Pero ahora, cuando uno comienza a visitar los mercados, se da cuenta que hay productos que se están convirtiendo de nuevo en lujo, y entiende menos sobre las restricciones a ciertos productos.

Nunca he sido partidaria del exceso de nada, ni azúcar, ni sal, ni harinas, pues presupongo que la capacidad del adulto de autorregularse debería ser suficiente para poder elegir qué come. Pero el tiempo y la experiencia me ha demostrado que eso suena a historia perfecta de amor, es decir, no existe. Unos culpan a los ultraprocesados, otros al costo de vida, pero en realidad la culpa es de quien decide qué come, sobre todo, cuánto come.

Pensando de manera egoísta en lo que me sería indispensable comer, les confieso que no podría vivir sin arroz blanco, lentejas, papas criollas (bien escasas por estos días), tomate, cilantro, y la torta de vainilla. Nada raro ni del otro mundo, pero, por ejemplo, esta semana no hay torta, porque no hay mantequilla para prepararla. Frente a otros de mis infaltables tampoco hay buenas noticias: los tomates no llegan siempre, por temas del clima, y el arroz sube de precio como si fuera en ascensor.

El día a día parece complejo, pero lo que más complejo suena son las restricciones que nos inventamos como sociedad, ante la incapacidad de tomar decisiones. Quién podría pensar no tener mostaza o salsa soja, por una regulación que no hace otra cosa que ser una insensatez o una ignorancia gastronómica profunda, pues hasta donde he podido estudiar, no bebemos salsa soja ni comemos mostaza como helado. Todo en su justa medida, es tan facil, pero nos esforzamos por enredarnos la vida.

Los nuevos extremismos de la cocina nos están llevando a momentos muy oscuros con la comida: desordenes alimenticios que se convirtienron en un problema social, una pandemia de diabetes por salir del paso frente al poco tiempo que hay para cocinar y hacer compras, y ni hablemos de los cambios en los sistemas de producción alimentaria para responder a las temidas “modas” de la cocina.

“Que sería vivir sin…” Y qué tal si pensamos más bien en vivir con un estomago controlado, para evitar que nos obliguen a cocinar sin gusto. ¿Qué tal vivir sin comer por compulsión, sin necesidades fisiológicas, porque todo viene procesado y entregado? Lentamente, parecemos ir en camino a convertirnos en esos personajes gordos e inmóviles de la película de Disney, Wall-E, por lo mal que comemos y lo poco que pensamos en la forma de regular ese mal comer, volviéndolo peor. Es algo que da miedo, pero a veces pienso que no estamos lejos de que la comida deje de ser una actividad social sencilla, llena de nutrientes y que alimente. Nuestra sociedad llevada por el impulso de la moda y la inmediatez, y por un afán de controlar lo que deberíamos regular cada uno, está volviendo este proceso esencial, que tanto disfrutamos, en un acto más autómata, sin alma y, hay que decirlo, sin sabor.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Marzo 16, 2023

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