Comer y dejar comer

Esta última semana me tocó la revisión del año. Médicos, médicos y más médicos, después de algunas semanas de pelear las citas, porque aunque unas más lentas que otras, todas las conseguí. La verdad, siento que salí de un proceso similar al de latonería y pintura, con cambio de aceite incluido. Mi primera impresión: todos los médicos llamaron la atención sobre mi proceso de estrés de y cómo me estaba alimentando, porque en mi caso, debo reconocer, no aplico casi nada de lo que sugiero a la gente con la que trabajo. Mea culpa.

Me llamó la atención que esta vez, con algo de preocupación, vi que los especialistas me hacían un profundo llamado a no escuchar, ni seguir, ni meterme en estas nuevas olas de “todo está prohibido” y de “todo hace daño”. Fue como un mal chiste: el cardiólogo, el internista, todos coincidían en que el cuerpo necesita de todo un poco, y más bien un tilín de cordura a la hora de comer.

Nunca he sido la más juiciosa con la comida, porque no en vano soy #madamepapita. Pero me sorprendió la vehemencia con la que me llamaban a la cordura: “necesitas carbohidratos, grasas, proteínas, etc.” A esos comentarios siempre contesté “tranquilos, que poquito es bendito, y no voy a cambiar en este momento de mi vida”.

Frente a esto, y por fortuna, también he encontrado mensajes providenciales en las redes. Desde hace unos días vengo oyendo a varios influenciadores hablar de la necesidad de no idealizarnos en lo que comemos, de dejar de satanizar la comida y más bien meterle de todo al canasto. Esto contrasta con la dosis de estos “dioses del Olimpo”, que están enloqueciéndonos con lo que no debemos hacer. En serio que me tienen impresionada, nada ni nadie se salva. Todo lo pintan tan fatídico que, siendo realista, muchas veces me siento en el peor momento de Ciudad Gótica.

Mi abuela diría que estamos siendo más papistas que el Papa pero, en realidad, siento que lo que estamos logrando es generar tal cantidad de desinformación, que comer se está volviendo una verdadera odisea no solo para quien cae en el terrible juego del pánico, sino también para los productores, los panaderos, los restauranteros, los meseros… hasta para los vecinos que emprenden.

Estamos perdiendo el sentido común que teníamos hace unas décadas, cuando comíamos, hacíamos ejercicio y disfrutábamos de una vida más sencilla y orgánica. Lo que nos caía menos bien lo dejábamos de un lado, pero sin empezar una conversación nefasta que afecta a toda la cadena. Quizás entendíamos, sin tanta parafernalia, que todo tenía un límite natural y sabroso, donde cada uno podía encontrar ese punto sano de su alimentación. Claro que existían los nutricionistas y los médicos, y por supuesto que había temas con la comida, pero nunca remábamos a contracorriente en un mar de genios que poco aportan a la realidad de la mayoría de los hogares colombianos, pues no podemos desconocer el acceso reducido a los alimentos básicos de una gran parte de los colombianos. Ahora, sumarle a esto presión social, la verdad que a veces parece de no creer.

Pareciera que de un tiempo para acá quieren diseñar el mundo para obviarnos a nosotros, las personas de a pie, la gente de carne y hueso que vive y disfruta la vida, que no tiene que morirse de hambre para aparecer perfecto cual filtro de redes, a quienes nos quieren meter, a la fuerza, en el loop de la cosificación del cuerpo y la satanización de la comida.

Mantenerse sano es fundamental, eso es evidente, y educar niños con buen juicio y capacidad de decisión a la hora de comer es necesario, y siempre lo ha sido. Lo que no me cabe en la cabeza es que estemos generando procesos de desinformación y pánico a la hora de comer, cuando esta es la actividad más importante del hombre para tener una vida sana. Comamos y dejemos comer, y apostémosle más bien a una educación alimenticia más basada en lo básico y menos en el miedo, eso es lo que todos necesitamos.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Septiembre 2, 2022.

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