El costo de la vida

Una semana dura en noticias: niños que se quitan la vida por la presión de sus compañeros, adultos jugando a hacer política con el futuro de cada país y, a nivel más local, la crisis del campo, de mi papita, que se ha convertido en un lujo para unos cuantos. Hace poco más de un año dediqué este espacio a invitarlos a comprar bultos de papa en las salidas de Bogotá, medida temporal frente al chaparrón que se nos venía, pues lejos estábamos de saber lo que llegaría con la pandemia: la crisis de todos los países con sus cadenas de abastecimiento, y las implicaciones que esto tiene para nuestros campesinos.

“La plata no rinde”, “estamos cortos de mercado” y “estamos mandando a los niños al colegio con menos lonchera” son frases que oí toda la semana en radio, y que con mucha angustia comencé a ver en televisión. No es un invento, y mucho menos un escape por esta época para politiquear. Es una realidad que nos golpea a todos, y que es el resultado de la afectación y el olvido histórico de lo básico: nuestro campo.

Decidí ir a un par de plazas a comprobarlo. Lujo productos como la papa, los aguacates y todo lo que fueran hojas: lechugas, espinaca, acelga. Caras las fresas, los bananos y así con lo que pedía de fruta. Y mejor ni hablar de la desinflada cuando me pasaron la cuenta. Salí y visité al señor donde habitualmente tomo caldo de papa en la plaza del Siete de Agosto, y solo oírlo decirme que sus cuentas subieron más de un 150%, ya me dio pánico. Claramente me lo tome, me lo saboree y lo pagué con todo el gusto del mundo.

Dando un pequeño recorrido por las calles aledañas encontré que todos hablan del costo de la vida:“El peso que baja, ya ni se ve”, como dice la canción de Juan Luis Guerra. Y es que el costo de la vida es el corazón de cada una de nuestras casas, sin duda. Y si la afectación empieza en la papa, no quiero pensar qué más vamos a terminar reemplazando. Yo por mi parte, cambio el arroz y los cereales… todo por mi papa, esa es la nueva realidad. Compensar y hacer maromas.

Siendo claros, es hora de sacudirnos desde el bolsillo a ver si de alguna forma aterrizamos el corazón, dejamos la quejadera, y nos dedicamos a armar cadenas de abastecimiento más pequeñas, más cercanas y directo al productor. Instagram tiene varios mercados de producción limpia y a buen precio; todos tenemos un vecino que tiene alguien que vende frutas y verduras; y si ya se dio cuenta de que hacer mercado en el almacén que le queda cerca le está afectando el bolsillo, vaya a la plaza y empiece a conocer cómo es esto.

Lo que no cabe en esta ecuación, que está bien compleja, es seguir con la quejadera y la politiqueadera con la comida. Estamos en esos días donde los bultos de naranjas, la lechona y los tamales son los platos preferidos a la hora de pensar en el voto. Por amor a Dios, la crisis de hoy va más allá de eso. Es momento de ser conscientes y competentes a la hora de tomar decisiones. Es hora de informarse, de entender qué estamos haciendo por nuestra seguridad alimentaria y tomar decisiones sensatas.

Esto no es solo de los cultivadores de papa: es de todos nuestros campesinos. Vivimos en la cultura de comprar barato, preferiblemente bonito y con ñapa, en bandejas de icopor por la pereza de limpiar lo que compramos, y que ojalá diga “importado”, pues pensamos que es mejor así lleve semanas en un contenedor: todo lo contrario a lo que deberíamos hacer. Es hora de sacar la bolsa de tela, la balanza y ser serios frente al momento que estamos viviendo como colombianos.

“El costo de la vida sube otra vez, el peso que baja, ya ni se ve.

Ya las habichuelas no se pueden comer, ni una libra de arroz, ni una cuarta e’ café”

Juan Luis Guerra, El costo de la vida.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Febrero 18, 2022.

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