¿Sin pena, ni gloria?

Comer es un placer, de eso no tenemos duda alguna. Lo creo de corazón y espero que sea así.

Esta semana, llena de emociones fuertes en la vida nacional, me ha llevado a pensar que realmente nuestra identidad como colombianos va mucho más allá de los estereotipos e imaginarios del Sí o del No. Somos colombianos desde el tuétano y a mucho honor. Sin embargo, hasta compartir una mesa en un restaurante se ha convertido en una estrategia. La estrategia, creo yo, debería ir encaminada más bien en rescatar lo que comemos, lo que nos gusta y lo que podemos compartir, esas sanas conversaciones que no tienen ningún fin sino adelantar cuaderno .

Mis días empiezan generalmente con un pandebono comprado en la calle y un jugo de naranja, casi siempre, exprimido en la esquina de mi oficina. ¿Y qué me ha pasado? Nada, sigo aquí vivita y coleando. Por el contrario, me sabe más rico que el de la panadería con pergaminos de la esquina. Esa satisfacción no sólo me la da el sabor a pandebono y a naranja, sino la atención de la señora Rosa, que con una sonrisa me da un resumen calórico de lo que me voy a comer y los beneficios nutritivos de la naranja. Sin drama de engorde, sin malicia y diciéndome siempre que vuelva.

De eso se trata la gloria de la cocina. De tener suficiente sensibilidad para hacer conexión, y suficiente amplitud mental para compartir con los clientes, por entender las realidades de los visitantes y sobre todo, de tener empatía entre la cocina y los corazones de la gente. En esta época, por lo menos en Bogotá, a los restaurantes no les cabe una persona más. Es época de justificar el almuerzo más largo o una comida con los amigos, bien sea por moda o simplemente por navidad. Ensayen, conozcan la oferta que es tan amplia que podríamos comer el mes entero fuera y no tendrían necesidad de repetir.
Lo importante es comer con placer, darse esa oportunidad de enamorarse de su plato, de probar sin destruir cartas que son novedad en sus ciudades; nadie nació aprendido y las propuestas de autor cada día buscan nuevos espacios para recuperar productos y técnicas que seguramente están en las memorias de su infancia.

Eso sí, también les doy la razón a quienes salen desinflados de las estrellas locales que, sin pena ni gloria, pretenden desconocer lo básico de la cocina y es el respeto por los clientes. ¡Yo adoro mi día cuando Doña Rosa me da mi pandebono caliente!, e igual muero por conocer y explorar, o bueno, explotar; pero como buena tragona, no resisto que me digan qué comer y mucho menos cuánto comer. ¡Que viva el disfrute de los sentidos!

Hoy comparto con ustedes dos recomendados para los almuerzos decembrinos:

El Ciervo y el Oso: Las segundas partes sí son buenas. En esta segunda temporada del restaurante, su carta vegetariana o “Ciervo”, está suculenta. Para una carnívora como yo, es un paréntesis de felicidad. Recomendado el Tabule Andino con cebada, quinua y tubérculos andinos y la ensalada Sacha Inchi de mango verde, guatila y guayaba. Una cocina colombiana distinta pero con identidad y sabores únicos.
Primi: Una carta pequeña pero con la que va a la fija con comida italiana / mediterránea. Un espacio acogedor y un muy buen bar. Ravioli de Rabo de toro o la ensalada griega, platos suculentos. Es una muy buena opción para un almuerzo largo!

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Diciembre 01, 2016.

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