A muchas personas les he escuchado últimamente que Bogotá volvió a ser la “nevera” que conocieron los abuelos: bruma, lluvia y frío; algo así como un Londres latinoamericano, dicen otros. Y con eso, las ofertas en restaurantes y en el mercado se adaptan a los productos de temporada. Brillan las comidas calóricas: sopas, guisos, arroces… Toda la comida que nos caliente de la cabeza hasta los pies, pasando siempre por el corazón.
Yo, por lo menos, soy incapaz de comerme una ensalada si tengo mucho frío. Prefiero una buena sopa de cebada en un domingo de chimenea y lluvia en casa, o un plato casero donde haya de todo un poco. Pero, eso sí, todo bien caliente. La dieta suma o resta temperatura y actitud, y estos días solo han provocado quedarse en casa pero con la barriga llena.
Con el tiempo lluvioso, en mi casa hacemos que la comida de la noche sea siempre una crema de cualquier verdura, una sopa de pollo o de costilla, o un potaje que nos mande a dormir calientes y felices. En los desayunos pasamos de la granola con leche fría a la changua, el caldo de papa o los huevos con chocolate y queso.
El clima es la justificación clásica para permitirnos unos pecaditos de media tarde, como unas almojábanas con agua de panela o un buen tamal de desayuno.
Esta nueva temporada de lluvias y frío nos cambiará la oferta de algunas frutas y verduras. Llegarán a las plazas nuevas oportunidades para cambiar las recetas, además de platos que darán un nuevo sabor a la cocina del interior.
Y, a pesar de todo, ¡estos días me encantan! Yo vivo en la montaña y el clima me ofrece la oportunidad perfecta para crear. Amaso panes, hago tortas para el café de la tarde y vuelvo a mis libros de cocina. A mi almuerzo vuelven las sopas en porciones pequeñas de entrada y siempre hay un motivo para quedarse en casa a cocinarles a los amigos. Siento un halo romántico y de antaño en todo ello, porque hace que también saquemos los abrigos y hasta los sombreros para cubrirnos de este clima destemplado que tanto me encanta, pues, al fin y al cabo, es parte de la magia de esta tierra hermosa.
Hoy los invito a un rincón secreto en Bogotá, un lugar donde, sin dudarlo, podrán pasar una deliciosa tarde de lluvia en la capital: Eat’s Gastro Market (@eatsgm), restaurante en el primer piso del Castillo del Mono Osorio, un emblemático edificio en medio de la ciudad, que se ha convertido en un punto de encuentro para comer una maravillosa pizza de prosciutto o unos pecaminosos raviolis a la española. Buenos vinos, bar de ginebras y un mercado gourmet que es para enloquecerse. Deliciosos productos locales e importados que permiten llevarse uno que otro ingrediente para una gran comilona en su hogar. Para los que nos gustan los hielos saborizados y de buen tamaño con la ginebra, venden las unidades listas para armar el trago.
#MadamePapita