El barrio del Chavo del 8 es el vecindario por excelencia que tenemos la mayoría de latinos tatuado en el corazón. Un lugar donde todo pasaba y todo se conseguía en la misma cuadra, siempre con la sencillez de un niño que hilaba la historia entorno a un sándwich, una chupeta, sus amigos y la simplicidad de la vida de la vecindad.
Sin ir más lejos, muchos de nosotros crecimos en barrios donde la tienda, la panadería y la miscelánea nos hacían la vida fácil y feliz. Panes de $50, botellas de vidrio de leche fresca, las onces fiadas para el colegio o la credencial con chocolate que le regalaban a uno para enamorarlo venían de estos locales que llenaban la vida y siempre se relacionaban con lo que uno comía y era en su barrio.
El orden cambió rápidamente y fueron desapareciendo estos lugares de reunión. Los altos edificios en concreto les ganaron a las casas de barrio. Las tiendas se reacomodaron, las panaderías se hicieron escasas y lentamente nos organizamos en una nueva movida gastronómica de las ciudades. Es habitual oír que todo tiempo pasado fue mejor, pero no creo; cada época ha tenido sus grandes proyectos que han dejado el camino abierto para el siguiente desafío. Y hoy claramente estamos volviendo a armar nuestros barrios.
Vuelven las panaderías artesanales con roscones, buñuelos, rollitos y pan fresco horneado dos veces al día, donde las mesas tienen buen tinto colombiano, periódicos, revistas y las charlas entre amigos; se encuentran realmente opciones maravillosas para largas tertulias. También han surgido restaurantes de no más de 30 puestos que vuelven a ser la opción del “caserito” al almuerzo o algo de rumba en las noches, pero siempre con productos frescos y variados como pieza fundamental en sus menús. Y mis preferidas, las pequeñas tiendas o mercados, que todo lo solucionan; frutas, verduras, antojos y hasta uno que otro buen vino puede uno comprar sin tener que pensarlo mucho.
El vecindario vuelve a jugar un papel importante en el día a día de cada uno de nosotros. La frenética velocidad de la vida vuelve a tener un espacio donde parar, hacer visita y compartir; un lugar donde se conoce al vecino por los gustos de la comida.
Hoy quiero recomendarles dos lugares de barrio; uno de ellos, todo un clásico bogotano que nunca me canso de visitar:
Wakei Sushi – Izakaya
Wakei en japonés es sitio de respeto mientras que izakaya son lugares en Japón donde se come y se bebe sake. Este pequeño local de Chapinero alto reproduce los restaurantes-tabernas de barrio japonés con una comida realmente auténtica. La frescura de los ingredientes hace que su menú sea envidiable y sus preparaciones estén llenas de amor y mística. Los infaltables, cuando pasen por aquí y se sientan desafiados por un tablero que tiene la traducción perfecta de cada plato, son tempura de cerdo con salsa ponzu, tataki de atún sellado y tahúr teriyaki (arroz frito al estilo japonés con pollo salteado), acompañados con un delicioso sake bien frío, servido en su caja de bambú. Pero si de sushi se trata, hay para dar y convidar. Importante tener tiempo para disfrutar pues es una experiencia para compartir, el afán no tiene cabida.
La Toscana (pasta)
Un clásico restaurante de barrio bogotano que ha acompañado a varias generaciones de estudiantes en el área cercana al Parque Nacional. Es una casa acoplada a un gran comedor, donde la barra tipo colegio le deja elegir qué va a comer. Su menú es pequeño y se basa en cinco tipos de salsas donde la napolitana y la boloñesa son las preferidas de siempre para acompañar los ravioli, spaghetti al huevo, cannelloni o una deliciosa lasaña. No les puede faltar el pan con mantequilla de ajo y una buena porción de parmesano. Si no están con ganas de quedarse, La Toscana tiene su propia línea de productos refrigerados para llevar a casa. No hay excusa para no ir a probar.
#MadamePapita