Levantarse con el olor de un café fresco, llegar al mediodía y que el aroma del almuerzo lo lleve a uno directamente a la cocina a destapar la olla, y salir en la tarde a buscar un mordisco dulce son momentos que le mueven a uno el piso. Pequeñas seducciones que desde el olor o desde el saboreo de un recuerdo nos hacen comer con placer y gusto, de eso va el gozo de vivir con los cinco sentidos, del único y buen vivir, para mí.
Los sentidos son quizás la herramienta más importante para un cocinero, pero creo también que un comensal sin olfato y sin gusto es un desafío grande y aburrido. Si no, piensen en una escena que tenemos casi todos en la cabeza de la película Ratatouille. La angustia del mesero patinando, la cocina hirviendo a tope produciendo muchas comidas y el malvado crítico Anton Ego (Peter O’Toole) cae rendido al plato cuando en un solo mordisco es llevado de regreso a su infancia, un lugar seguro y feliz. Bueno, eso mismo nos pasa a todos cuando decidimos comprar siempre el pan en la tienda del vecino porque tiene algo indescriptible pero sabroso, buscar un tinto en el mismo lugar y saborearlo siempre, y regresar tranquilo a almorzar a diario al lugar donde todo nos sabe a casa.
Es pecaminoso llegar y sentir que la salivación aumenta solo pensando en lo que se comerá, donde la carta es amplia y suficiente para provocar e invitar, y donde el ideal es sentarse a compartir sin afán. ¡Este ritual para mí no tiene precio! Pero, además del olfato y el gusto, volver a lo básico de sentir y disfrutar esos momentos de tocar, palpar texturas y antojarse también tiene su gracia. La comida despierta todos los sentidos, da ganas de seguir probando… y provoca comerse la vida a mordiscos.
¡Yo necesito que me provoque todo en la vida!, desde el simple sorbo de jugo de mango, hasta un beso apasionado. Cada cual es libre de ponerle sal y pimienta a la vida, pero lo que sí no tiene gracia alguna es comer desganado, como decía mi abuela. Provóquense, conquisten su paladar y vuelvan a esos lugares donde la boca se les llene solo con pensar en que repetirían hasta el postre.
Y algo que a mí siempre me provoca es una buena lechona, crocante por encima y con un buen relleno al estilo de la mejor tradición tolimense. La como en el estadio, en el supermercado, en mis viajes por ese departamento y hasta en un fino concierto de Sting; una buena lechona mata cualquier fina hamburguesa. Y si quieren comer las mejores no pueden perderse este fin de semana el Festival de los Sabores Tolimenses que se realizará el día 27 en Ibagué… a mí ya me sabe la boca a insulso, arepa y mi amada lechona.
#MadamePapita