Lectura comprensiva

Cuando uno empieza el colegio, lo primero que muchos papás deben desempolvar, con todo el amor del universo, es la cartilla de lectoescritura. En mi época se llamaba Coquito, y era bastante práctica para realizar ese ejercicio diario de enseñarle a un niño a leer. Es una experiencia maravillosa la de ver cómo descubren su entorno a través de imágenes que van convirtiéndose en palabras. “Qué maravilloso”, pensamos todos, ¿no?

Tristemente, ese importante hábito de la lectura es uno que, en la actualidad, parece que los adultos estamos olvidando. Y más grave aún, el de entender lo que se lee. Estamos inmersos en un mesianismo nunca antes visto, gracias a los genios de la alimentación que, si bien pudieran, nos dejarían comer solo aire raspado con viento molido. A esto se suma luego un reguero de dietas que prometen cuerpos esculturales y milagros que ni la cirugía se atreve a tanto. Este es el caldo de cultivo que han dejado las redes sociales servido últimamente.

Hace poco estuve hablando con un pequeño restaurantero especializado en comida rápida, un negocio de familia, quien con desolación decía que no le aceptaban invitaciones los foodies o influenciadores, pues su negocio es un emprendimiento pequeño, a lo cual le dije: “nadie nació caminando”. Es una situación que hoy está sobre el mantel, pues siguen siendo las redes sociales el mayor boca a boca que tenemos hoy. Para bien o para mal, es exponencial lo que ponemos en ellas.

La posibilidad de que en el mercado hoy subsistan muchos negocios relacionados con alimentos sí depende de esa ayuda de los amigos y compradores. Los barrios son, hoy en día, una gran oportunidad para construir tejido social, como lo es colaborar con los emprendimientos con reconocimiento por el trabajo o, quizás, algunas sugerencias para mejorar. Pero lo que no es sostenible es armar cadenas destructivas, sabiendo que nunca se habló con quienes podían mejorar el proceso.

Todo restaurantero que empieza siempre agradece lo bueno, malo o regular que le puedan aportar. Una cocina es un laboratorio donde cada plato es realmente una obra de arte y que nace de mucho conocimiento y poca improvisación. Ser empáticos se agradece. Además, de parte de quien cocina, si los comentarios vienen desde el respeto, deben ser recibidos en son de mejora y no de ataque al ego.

Es insoportable quien sale de la cocina a decir “mi plato es ese”, es algo con lo que no estoy de acuerdo, no debe ser así. Esto es una relación de doble vía para que funcione. La época en la que el cliente era el único que tenía la razón está en constante cambio, pero aquel cocinero que no puede entender algunas necesidades de sus clientes también está condenado por simple falta de lectura y comprensión hacia su cliente.

La cocina es un libro abierto, creativo, artístico y muy robusto, y así lo ha sido a lo largo de la historia. Desde el inicio de las civilizaciones, la comida y el hombre van de la mano, por ende, no es momento para mesías, genios o ególatras dedicados a alimentarnos. Coquito era una gran cartilla porque era un paso a paso en el mundo de la vida. Valdría la pena darle una releída a ver si podemos empezar a escribir una historia mejorada de nuestra cocina, nuestras raíces y nuestros platos.

Hoy quiero recomendarles un negocio local, pero con sabores sabrosos: @paramochicken, pollería de montaña en la Vía a La Calera. Un lugar tranquilo, donde el pollo apanado y el pollo criollo son hechos a la medida de todos. Este negocio tiene, evidentemente, dos orígenes muy marcados: el pollo gringo, ese tradicional apanado, y nuestro pollito asado. En ambos casos, su adobo y término es delicioso. El sánduche de la montaña es mi favorito: papas, ensalada coleslaw, esquites y una temida coliflor frita que me descrestó, esa es la carta. Buena opción para quienes vivimos en las veredas cercanas, y un gran plan para quienes salen de Bogotá, en especial sí tienen niños, o simplemente están con ganas de ensayar.

Ultimo hervor: Se llegó el día y la hora, empezó el racionamiento de agua. Más allá del chiste de bañarse acompañado, esto tiene fuertes implicaciones para el sector gastronómico. Por un lado, más de uno recurrirá a los domicilios para evitarse la lavada de loza con coca y la pereza de recoger agua, pero para varios de los restaurantes, sobre todo los más pequeños y en región, es un golpe a su logística, que puede conllevar posibles incrementos o cambios de horarios. Es una decisión coherente con la situación actual de sequía, pero que esto no se traduzca en una sequía también para nuestros empresarios.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Abril 12, 2024

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