Estos días hemos tenido varias experiencias con personas que cuidan niños, niñas y adultos, y que en general dedican su tiempo a eso, son cuidadores de tiempo completo. Siempre todos presumimos que es una tarea fácil, que no necesita mucho reconocimiento porque pensamos que para eso son madres, padres o familiares. Pero en realidad es lo contrario: cada uno de ellos son una pieza fundamental para que los pequeños crezcan sanos y confiados en sí mismos, para que los enfermos estén bien y acompañados y para que los adultos tengan un compañero en esos momentos finales de la vida.
Hay infinidad de experiencias donde los cuidadores se vuelven parte de nuestras familias. Y tiene todo el sentido, pues enfermeras, empleados y amigos empiezan a tener un rol importante de ayuda y de conocimiento. Saben lo que comen, qué les gusta, qué los motiva, cómo reaccionan… Y así se vuelven parte fundamental de un lazo fuerte a la hora de cuidar.
Lo negativo es que hay contrastes. Las noticias no son alentadoras cuando vemos la alimentación de los menores. Siente uno dolor profundo al ver las condiciones de muchos comedores, donde los contratos no suplen ni lo mínimo requerido. Pero recobra uno la fe cuando se da cuenta de que hay ciudades y municipios que, con igual o menor presupuesto, se centran en la alimentación de los programas para niños y adultos mayores.
Actualmente no es fácil para nadie tener un balance en el presupuesto familiar. Priorizar nuestros gastos se ha vuelto una realidad alarmante. Todo suma: servicios, colegios, transporte, alimentación, y en ese punto es donde no podemos descuidarnos. Es ahí donde todos nuestros esfuerzos tienen que estar puestos: en que los cuidadores puedan apoyar los procesos.
La alimentación es pieza clave del desarrollo cognoscitivo de los menores, ayuda a mantenernos física y emocionalmente a los adultos, y en los mayores ni hablar, pues garantiza que sus procesos de cambios por la edad sean más llevaderos, y los mantengan hasta cierto punto muy felices, porque ni un chocolate ni una torta se le niegan a nadie. Cuidar a los cuidadores, como ven, es una relación de doble vía, no solo por ellos sino por quien ellos están trabajando.
Saben de mi profundo afecto por las cocas cargadas de comida y, de paso, de amor. Piensen siempre en eso, que donde come uno, comen dos. Que si sus niños van con la niñera en un plan largo, no es solo su hijo el que debe comer o tomar agua. Piensen en las personas que trabajan en las casas, aquellas que madrugan y trasnochan por tenernos bien, no se justifica negarles la comida, por el contrario, siempre hay que darles “alguito”.
El alimento es un canal que comunica principalmente amor y seguridad, estrecha lazos, como ya lo dije, y nos permite estar seguros que vamos a estar bien. No en vano las abuelas dicen que al lado del enfermo también come el alentado. No he leído una sola historia de la humanidad que haya terminado bien cuando faltan los alimentos, tampoco he visto una película donde el plato central no sea una buena comida o un buen trago, hasta en las más espantosas, y si ponemos cuidado en la radio, siempre saldrá a flote una referencia a la comida como salvavidas de la conversación, o como una necesidad imperante de las comunidades.
Por eso es fundamental tomar conciencia de lo que implica alimentar a nuestros cuidadores, dejar la mezquindad de tacañar la comida, y contestar que de ese mercado no se come porque usted es del servicio. Si la vida no fuera una cadena de favores, que obviamente tiene unas remuneraciones por los trabajos, el mundo sería profundamente aburrido y aún más inequitativo. Pero como lo es y nos toca el corazón, es hora de ponerle el ojo a compartir, dar y alimentar a quienes nos cuidan.