Primera comunión que se respete, y recuerdo feliz de varios de nosotros, llevaba pasta con salsa napolitana y pollo o raviolis napolitanos; una historia que raya entre una obligación y la salida fácil para tener a todos contentos. Crecimos pero la pasta creció con nosotros y se convirtió en el desvare de los adultos perezosos que entre semana prefieren, antes que tener que enrollarse con una inmensa cocinada, unas deliciosas pastas cortas con crema y alguna proteína, atún y crema o simplemente al burro. Como sea que la preparemos, la pasta siempre es un plato que es identidad en cada casa de cientos de lugares en el mundo, abre las puertas de la cocina para cocinar en familia y siempre será el referente de una cultura gastronómica bonachona, de vinos y sabores para recordar.
La pasta es un paréntesis anímico en la cocina, lleno de mitos y realidades en su preparación, pero que, les aseguro, es un mordisco que nos llena de dicha. Agua hirviendo con sal, lo básico… de ahí los que le ponen aceite al agua con el mito de que “si no le pongo, se me pega”, el cual es válido pero con moderación. Las salsas siempre funcionan con lo que tenemos en la nevera; desde una deliciosa salsa básica de tomates y albahaca, hasta las más sofisticadas con mariscos y hasta trufas. Todo depende del ánimo y las ganas de sorprender en la mesa.
Lo importante es la elección de la pasta, desde el spaghetti o los fusillis pasando por unos penne o rigatoni, que hacen de cada plato una dicha infinita. Lo importante ahora, con todo lo que hemos venido cambiando con las dietas modernas, es que sean de trigo. A mi sí me hace la diferencia. Hoy conseguimos con gluten, sin gluten o integral, después el rollo de que si de origen en harinas de arroz, de soya y una infinidad de apuestas nuevas muy meritorias y de gran aporte, pero que en mi caso son complejas de entender. Reconozco que la lasagna o los cannelloni de ricotta y espinaca me quitan el sueño, me enamoran y podría comerlos sin parar. La lasagna además me lleva de nuevo a esas fiestas de mis amigas del colegio donde sus mamás inteligentemente nos daban felicidad a todas, tenían claro que iban a la fija.
La pasta huele a mediterráneo, a albahaca y a vino, a Italia; a esa escena de La dama y el vagabundo donde todos nos enamoramos de aquel vagabundo perro que se robo un beso con un solo spaghetti.
Tres clásicos de pasta para compartir, disfrutar o llevar a casa. Piccolo Café, los sabores de Doña Sabina, la “mamma” de Luciano, están intactos en este clásico italiano en el norte de Bogotá, pastas frescas para comer en familia en el restaurante o para llevar y un ossobucco de ligas mayores lo harán volver siempre a este lugar.
Si pasan a la hora de la comida o al almuerzo por Giordanelli, en Usaquén o en la 116 debajo de la carrera 15, también en Bogotá, les aseguro que se llevarán en su memoria un recuerdo delicioso de los buenos bocados italianos; las pastas son en su mayoría hechas en casa por este joven chef de ascendencia italiana que estudió y trabajó por varios años en la tierra de sus ancestros. Un ambiente muy cálido y el sello de Andrés Giordanelli que cada vez cuida más su herencia gastronómica.
Y por último, si la idea es no cocinar, pase por Pastaio (o pídalo a domicilio) y llévese unos buenos tortellini de espinaca, pollo o carne, con algunas de sus sabrosas salsas, el queso y hasta el pan, solo hay que sacar de la cava el vino, inclusive si llevan la refractaria les arman la lasagna para su fiesta familiar, como la que hacían las mamás de mis amigas; para mí es el desvaradero cuando no tengo tiempo y quiero dar una rica pasta a mis invitados.
Posdata: El 25 de octubre, día mundial de la pasta, un motivo más para ¡celebrar!
#MadamePapita