Evocar la palabra jardín nos traslada, por lo general, a nuestra infancia, a ese lugar donde fuimos felices, donde todo era diversión y sonrisas. Era un lugar donde desarrollábamos nuestros sentidos, teníamos contacto con tierra, árboles, césped… con la naturaleza en general. El jardín era sinónimo de tranquilidad y amistad. Quiero comenzar mi historia de hoy recordando esto porque la pandemia nos dejó unas lecciones increíbles: nos hizo apreciar lo entrañable, valorar los espacios y reconocer esa conexión que tenemos con nuestro planeta, con la tierra en sí. En esos largos meses valoramos nuestro alimento y cada cosa que podíamos hacer con un espacio pequeño en los balcones o en la cocina de la casa; muchos, incluso hoy en día mantenemos algo de esto mientras intentamos recuperar la normalidad.
Es así como a nuestra vida llegaron las huertas, y con ellas lechugas, hojas y legumbres orgánicas que pudiéramos sembrar para proveer nuestra cocina. No solo por ser creativos, sino porque era primordial tener acceso a alimentos en medio de las restricciones por las cuarentenas. Unos más adelantados llegaron a los rábanos, las zanahorias y varios productos que pudimos tener en “cultivos” caseros. Fueron proyectos que también permitieron poner en sintonía a grandes y chicos en casa, y un plan que no solo enseña el valor del trabajo, sino de lo que es poder comer lo que producimos y, de alguna manera, entender el proceso y con eso comprender la valía que tienen nuestros agricultores al sembrar, cuidar y cosechar cada producto que llega a nuestras mesas.
Durante el aislamiento conocí por Rappi un emprendimiento colombiano, El Jardín de Ana (@jardindeana), que realmente me sorprendió. Cajas con Bouquets Garni listos, empacados con mezclas de hierbas que sabían a lo que decía la etiqueta. Una promesa de aromas y sabores reales. Tanto lo disfruté, que decidí conocer más, y gracias a Instagram me pude adentrar en el mundo de Ana y sus productos.
Ana María Arellano es una colombiana tesa, que apostó durante su pensión a escribir un nuevo capítulo en su vida, esta vez como emprendedora, trabajando por el campo colombiano, y dedicándose a educar a productores y consumidores en el arte de las hierbas. Valluna de nacimiento, pero enraizada de corazón en Guasca, empezó su jardín para reencontrarse con el campo y el poder de las hierbas.
Primero cultivó romero, que luego era exportado. Solo un poco quedaba para consumo local. Este sería el comienzo de su inspiración, que la llevó a tener más de 12 tipos de hierbas y a estudiar a profundidad los beneficios y usos de todas estas plantas, así como de los procesos que llevan hasta a soluciones curativas. El jardín fue creciendo de las manos de Ana y, en esa conexión con la naturaleza, descubrió su más importante transformación con las hierbas aromáticas, apoyada en la tecnificación: el secado de estas bajo el sol.
Este emprendimiento tiene un corazón aún más fuerte en todo su proceso, que es enseñarles a las personas qué son las hierbas, su uso y beneficios, desde su siembra hasta su entrega final. Así lo indica Ana María: “trabajamos con el campo para tener un producto 100% natural. Mientras que, en paralelo, educamos a la gente, porque en Colombia se usa más la sal que las hierbas. Esto nos ha permitido ver que el panorama ha venido cambiando, convirtiéndose en una labor muy bonita. Esa es también parte de la labor diaria del Jardín: ¡Formar para disfrutar!”
Infusiones, hierbas secas y el maravilloso Bouquet garni, o Bouquet de hierbas, que para quienes no están familiarizados se los explico: un atado de hierbas aromáticas, que pueden ser secas o muy frescas, y que al ponerse en medio de una cocción desprenden aromas y sabores que potencian cualquier plato. Se trata de una guarnición espectacular, y uno de los fuertes de este emprendimiento, uno que uso en mi casa con frecuencia desde que lo conocí, como una de mis fórmulas cuando relajo mi mente preparando recetas. El portafolio del Jardín de Ana se ha ido fortaleciendo con el paso del tiempo, gracias al apoyo de la familia y los amigos, que han hecho parte de este proyecto colombiano. Ana, en sus palabras, nos traza el camino a quienes disfrutamos de lo natural: “las mezclas están apoyadas no solo en el conocimiento del campo, sino en chefs que han venido apoyándonos para entender el proceso que complementa la cocina, y es ahí donde tenemos un tesoro”.
Cada producto de este jardín es un regalo de la naturaleza. Cada hoja, cada hierba aromática tienen una función, y cuando se mezclan producen toda una sinfonía de aromas, que nos recuerda como algo tan sencillo es a la vez poderoso y lleno de amor. Un lugar de conocimiento ancestral y con un valor incalculable, pues estos productos vienen de las manos de nuestros campesinos, quienes conocen el valor de la tierra. Mientras recorre su jardín, rodeada de sus productos, Ana nos indica, con esa voz llena de amor, que ese lugar es “la puerta para despertar la creatividad, jugar con la preparación de los alimentos y permitir que los sabores se potencialicen”.