En estos días vi en un noticiero que los productos más vendidos en una plataforma digital durante la pandemia han sido las hamburguesas, los bananos y las air fryers. No sabía si reírme o llorar pues engroso esa temida lista, ya que el año pasado me alimenté muchos meses con batido de banano y algunas hamburguesas, y además caí redonda ante las freidoras de aire. Reconozco que a todos mis amigos les mandé de cumpleaños @homeburgers_ y una que otra delicadeza de galletas y brownies de @chocolatechimpco, pero nunca pensé que mis adorados bananos fueran el producto estrella de los indicadores y los domicilios.
Hay un gran servicio que solemos pasar de largo: cuando el tendero escoge el punto perfecto entre el banano que está listo para comerse y el que está tan verde que toca esperar 15 días para que cambie de color. Me quedo mil veces con el banano pintón con manchas negras y no con uno verde desteñido, del cual me queda la duda de si en algún momento sabrá a algo. Torta de banano, banano con milo, banano y naranja licuados, banano congelado… en fin, banano hasta en la sopa, porque sí de algo nos debemos sentir orgullosos es de la calidad del producto nacional que tenemos y podemos comprar.
Un plato que me seduce son los bananos con queso al horno, terminados con un poco de miel. Debo reconocer que ese fue el motivo para tomar la temida decisión de finalmente comprar una air fryer. No soy fanática de esos equipos de cocina que dicen ser mágicos y a punta de altas temperaturas y circulación de aire modifican completamente los alimentos, logrando algo similar a una textura crocante. Soy chapada a la antigua, de horno eléctrico o a gas, pero no microondas; el sartén y la olleta son para la estufa, y la leña, para el asador. Pero ver que el equipo de moda en la pandemia fue esta freidora me confirma que volvimos a la cocina y que, sin demeritar el proceso de nadie, el camino corto de muchos fue apostarle a una. Enhorabuena para todos los que vencieron su miedo y decidieron hacer papas fritas con pollo asado en este aparato.
Por último, y con gran dicha, también encontré en estos estudios —aparentemente flojos, pero los adoro porque representan el día a día de cualquiera de nosotros— que el barril o tarro ahumador, como le dicen en la calle, es el asador de moda. Es práctico porque cabe en cualquier terraza —ya uno encuentra en el mercado diferentes tamaños para acomodarse al espacio que se tenga— y muy útil, pues con un poco de carbón, uno que otro juguete culinario, buenas carnes y verduras, el asado será un éxito absoluto y el sabor, un bocado del cielo.
Yo me fui por uno nacional (sigo en campaña de compra local) que ha salido perfecto: @asadoreselbarril, y tal vez lo que más me ha gustado es que es facilísimo de limpiar. Ahí he ahumado cortes de res, costillas de cerdo y bondiola; hice un pollo sentado en vodka y hasta chicharrones. La verdad es un gran plan en familia, que deja muy poco desorden. Los tiempos, como en todo, son proporcionales a la calidad del plato que se quiera comer —en líneas generales, unas dos o tres horas—, pero les garantizo que la espera vale la pena. Un tip de último minuto: sirve para asar masmelos con los niños, es seguro, fácil de manejar y no habrá un pegote caliente en el tapete junto a la chimenea.
Como ven, me encanta lo que indican los indicadores. Tenemos que buscarle el lado jocoso a este encierro y tener claro que seguimos en pandemia, pero esto no implica que no que podamos volver a algunos planes que anteriormente hacíamos con los amigos, solo que esta vez será cada uno en casa.