Cosa sabrosa es ir a la tienda del vecino o a la plaza de mercado y lograr negociar esos $1.000 o la ñapa después de una buena compra.
Evidentemente solo es posible en un lugar donde nos sintamos en familia y no nos de vergüenza pedir el descuento.
Sin embargo, no es solo un tema de sumas y restas, lo mismo me pasa a mí cuando llego a un restaurante y las porciones quedan a medio servir o las puedo buscar con una lupa. Me descompone esa tacañería mental del que emplata o el que estandariza los procesos.
¡Una porción normal pido yo! No pido un plato donde comamos seis, pero sí pido respeto cuando uno se sienta a una mesa. Hoy en día, una de las respuestas más comunes y menos atinada cuando hay problemas con un cliente es: «como es cocina de autor (…)» o lo que tenemos es “una propuesta moderna (…)”. Creen de verdad que es suficiente justificación a las terribles situaciones de sorpresa y desagrado de los clientes.
Personalmente soy de esas personas que no tiene vergüenza a la hora de pedir, no me incomoda en lo más mínimo pagar y reconocer el servicio de un buen restaurante; pero también soy ese cliente que va a molestar sin límite, por el término de las carnes, las porciones adecuadas, un buen servicio, los tragos sin gotero, y por porciones extras donde el arroz blanco no sea un drama adicional o cueste 20 mil pesos. Eso señores no es molestar, es valorar al cliente que se sienta como comensal y hacer de su visita una experiencia donde la queja no quepa.
Si lo piensan bien, vale lo mismo un arroz malo que uno bueno; son los mismos ingredientes, pero lo que genera sí no vale lo mismo. Son esos detalles de las cartas, el servicio y por ende, las porciones, los que permiten crear la empatía que termina en un enamoramiento profundo por ese restaurante donde siempre podrá llegar tranquilo a comer, sin estar pensando ¿será?
El éxito de un restaurante es generar que el cliente salga satisfecho, vuelva y lleve el boca a boca de la calidad del sitio. Que la gente quiere volver por el servicio, la comida, la atención, por ese trago medido con sencillez, por el detalle coqueto de la almendra en el café o la galleta en el valet del carro. Todo es un conjunto de buenas experiencias que un restaurante siempre puede buscar.
Y volveré siempre a …
La Divina Comedia: Tarttoria en la zona G donde la pasta fresca, los aromas y la salsa napolitana siempre me llevaran a comerme el mejor plato de pasta de Bogotá. Sencilla, del corazón del chef, pero con todo el sabor y la historia italiana que se necesita.
Mi Viejo: La verdad es un buen tipo mi viejo; es un clásico en el centro de Bogotá donde la buena carne es la bandera. Con la atención va a la fija, porque siempre se encontrará con una sonrisa que soluciona todo.
Pd: El descorche del pudin… ¿Han pensado la responsabilidad que tenemos quienes producimos y servimos comida en los restaurantes? ¿Saben lo qué cuesta mantener el servicio, el lugar, los insumos, etc.? ¿Creen realmente que cobrar algo, no estoy cuestionando si es barato o caro, por traer comida de otro restaurante, usar la vajilla, el servicio etc., no tiene sentido? Si al final es un negocio. ¡Ahí les dejo la inquietud!
#MadamePapita