Reconozco que Bogotá a veces aburre. Y más aún con este clima, que necesitábamos pero que saca el lado más nefasto de todos nosotros, gracias a la combinación de frío, agua, trancones, Transmilenio lleno, inundaciones… y podría seguir. Pero he optado por tratar de vivirla desde lo bonito que igual me puede brindar. Pero debo confirmar para que no me lapiden: es una ciudad caótica cuando llueve.
Entonces, como les decía, he aprendido a saltar charcos, a vivir lavada gracias a los conductores que no conocen la palabra empatía con los peatones, y a entrar a cualquier café, tienda o comedero donde me agarre el aguacero, para escampar. Aprovecho este espacio para reconocerles a los vendedores ambulantes su gran corazón para compartir los ponchos, a las tiendas por brindarle a uno hasta toallas de papel para secarse, y a los restaurantes para ayudar a solucionarle a uno la espera.
En estas paradas obligadas he redescubierto lugares que han abierto nuevas puertas, y también he podido disfrutar de oasis en medio de la ciudad, donde la comida, el servicio y el espacio para esperar, confluyen para hacer ver lo bonito de los barrios en Bogotá. Mi primer descubrimiento, saliendo de una misa de un entierro, lavada y sin posibilidad alguna de conseguir transporte a mi casa, fue @antoniabistrobog. Este restaurante nace con mucho sabor y personalidad, en la esquina de la calle 97 con avenida 19, en un hotel que también renace, un espacio que se está transformado, para convertirse en un hogar maravilloso para propios y extraños que disfrutamos de Bogotá.
En el restaurante encontramos una carta donde lo que nos gusta a todos está reflejado, como el corazón del lugar. Con influencias asiáticas, españolas, peruanas y un marcado reconocimiento a la cocina colombiana, este restaurante recupera y resalta platos regionales poco conocidos en el interior, como el encocado de mariscos, que me supo igual al de almuerzo de hace años en Guapi, en pleno pacífico colombiano.
Siguiendo esa línea local, las tostadas con coctel de camarones merecen chuparse los dedos, ya que sabe a esa mezcla de caribe y vaso frío rebosado, típica de las calles de Cartagena. ¿Qué les puedo decir? Todos los que llegamos compungidos de la misa fuimos cambiando de cara y de actitud, logrando traer recuerdos siempre maravillosos, cómo diría mi mamá. Compartimos un salmón sobre crispy rice (más sencillo costras de arroz), que tenía un sabor muy marcado al Asia, que cortaba perfectamente con lo que ya nos habíamos comido. Para cerrar la visita a esta casa, pedimos la proteína preferida por todos: el chicharrón. Nos comimos un ceviche de chicharrón con papas criollas delicioso, pero el campeón, después del encocado, es el arroz caldoso con panceta. No puedo decirles la dicha de esa mezcla.
Antonia es un lugar donde encuentran un gran espacio para comer, lleno de detalles y posibilidades, donde se siente su corazón en cada plato. Les recomiendo mucho este espacio, que es un paréntesis real en medio del trancón, centros médicos, trámites y demás que confluyen en esa zona. Si no hay tiempo para el almuerzo, tómense un muy buen café con un pie de limón, se acordarán de mí.
Otro lugar que me recibió en medio de un aguacero perverso el fin de semana fue la terraza de @fervorbog. De este restaurante ya hablamos hace unos meses, por ser uno de los lugares más completos en la movida gastronómica actual, entre productos, técnicas, vinos… en fin, por toda su oferta. No conocía este nuevo espacio, más relajado, pero con una carta espectacular, donde no importa lo lavado que uno llegue, lo reciben con una sonrisa.
Esta terraza tiene entre sus entradas varios platos para compartir, como las croquetas de chorizo rojiano, algunos tartares y otros platos deliciosos. Pero quiero decirles que lo fundamental aquí es la hamburguesa y el sándwich de albóndigas. El pan de este lugar no se compara. Víctor, el chef de los dos lugares, hace él mismo el pan y eso hace la diferencia. Y mejor no hablemos de la mezcla que logran en la carne molida.
Para mí, un lugar sin pretensiones es básico, y creo que esta terraza tiene el potencial de unir la sofisticación de su chef con lo sencillo de una comida para compartir, sumando sabores que uno necesita y que siempre queremos compartir, como pasta boloñesa, sándwich y unas pizzas fuera de serie. La chispa, repito, está en la producción local de panes, masas y unas salsas que hay que comer y repetir. Aguas frescas, buenos cafés y postres para todos los gustos, donde el premio mayor se lo lleva la tarta de queso, que trae una salsa de frutos rojos que es un cierre perfecto.
Por último, quiero recomendarles parar en esos pequeños quioscos que lo reciben a uno en el afán con un plástico tendido: los antiguos puestos de “chiclets y charmes”, donde cada vendedor se moja como uno, vende con respeto y apoya el cambio de cara de los andenes de Bogotá. No es obligación para ellos compartir, pero si para uno como transeúnte, lo mínimo es tratarlos con respeto y pedir el favor. Normas básicas que se han ido perdiendo.
Armémonos de paciencia, llevemos la dichosa bolsa con el cambio de zapatos, que termina sirviendo hasta de sombrilla, y tratemos de ayudar al que tenemos al lado antes de empujar, porque al final todos vamos para el mismo lado. Hace unos meses nos quejábamos del racionamiento, ahora agradezcamos el agua que puede asegurarnos una navidad iluminada y un año nuevo con música a todo dar.
Último hervor: En menos de lo que canta un gallo estamos en diciembre, y tristemente nos toca hacer esta recomendación: no coman entero, no solo para cuidar la línea, sino para proteger el bolsillo, la salud y la tranquilidad. Navidad siempre será una época apetecida para estafadores en todo, y la comida también está cayendo en ese juego. Revisen bien calidad, fechas de vencimiento, estado de los productos, precios y otras recomendaciones para tener realmente una feliz navidad. Suena repetitivo, pero no comamos cuento, comamos informados.