Como colombianos, desde cada región sacamos pecho porque creemos tener la mejor arepa del país. Los paisas aseguran que son arepas de tela con frijolitos y chicharrón; los santandereanos defienden la arepa de maíz amarillo con pedacitos de chicharrón y un poco de yuca, mientras que en la costa no se mueven de la reina de reinas, la arepa de huevo, o la arepita dulce de anís. Otros prefieren las de choclo: mis ancestros, por ejemplo, siempre se quedaron con la arepa boyacense con mucho queso fresco, y ojalá de una parrilla al borde de la carretera.
En nuestro país hay registradas más de 40 variedades de arepa, dicen algunos. Otros hablan de más de un centenar. Lo cierto es que es un producto que se desarrolla a la par con la biodiversidad, el entorno y la dieta de cada región. De ahí que no sea fácil encontrar la arepa perfecta pues, donde uno llegue, siempre encontrará con una propuesta deliciosa, y más ahora, en tiempos de innovación, reinvención y reinterpretación. De sal, de dulce, de maíz, de plátano y hasta de yuca: nuestras arepas son el centro de las mesas, pues son parte de la dieta y, además, solucionan en un corto tiempo una buena comida en familia.
Esta tradición gastronómica tiene sus inicios en nuestra época precolombina, con los primeros registros de las cosechas de maíz como regalo de los dioses y alimento sagrado. Con el tiempo se fue desarrollando, evolucionando y expandiendo, para llegar a los tiempos modernos, donde nuestras arepas pueden ser resultado de variados procesos de cocción, como parrilla, sartén, leña. Y no olvidemos ese hermoso proceso de antaño de reunir a la familia en el molino, que sigue siendo un plan espectacular, y más ahora, que sirve para ir recobrando historias, saberes y sabores que cambian de casa en casa.
En las arepas también hay, cómo no, procesos más estandarizados, que nos permiten tener siempre en casa paquetes de varios tipos de arepas, porque en la variedad está el placer. Y estos últimos, obviamente, se han convertido en un pasajero infaltable en las maletas de, creo yo, el 99 % de las personas que salen del país, para hacer a otro colombiano feliz.
Y es que todo eso es la arepa: un símbolo de colombianidad, de lo que nos une en medio de nuestra diversidad, y un pasaporte a la felicidad y al reconocimiento de nuestra cultura gastronómica. Es una nueva manera de abordar las relaciones culturales no solo con nuestras regiones, sino con nuestros países vecinos.
Por eso, me emocionó mucho que esta semana Bogotá se hay convertido en el epicentro de un intercambio cultural que unió los sabores colombianos y venezolanos en torno a la arepa, convirtiéndola en un pasaporte gastronómico, gracias a @Migraflix y su campaña “Mi Arepa”. Esta iniciativa recorrió las calles de Bogotá, buscando eliminar las fronteras a través de la comida, enfocados particularmente en la unión de la comunidad venezolana y colombiana.
Esta exitosa idea ya recorrió las calles de Sao Paulo, Lima y ahora la vivimos en Bogotá. Para muchos puede ser una invitación sencilla, pero bien analizada, es un desafío a la creatividad y al mantener las tradiciones de parte y parte vigente. Siempre serán cocineros venezolanos los invitados a integrarse al país anfitrión, colaborándose y creando arepas fusión que unen sus sabores locales en una arepa rellena.
Los más influyentes chefs de Brasil, Perú y Colombia acompañaron la curaduría de estas arepas para reconocer el trabajo de microempresarios venezolanos, colombianos, brasileños, y peruanos. En Colombia, la curaduría estuvo a cargo de Antonuela Ariza y Harry Sasson, quienes acompañaron, guiaron y nutrieron la experiencia. “#MiArepa es una campaña creativa y enriquecedora, que permitirá continuar engrandeciendo el posicionamiento que la cocina colombiana está logrando internacionalmente, y que desde hace años se nutre por las importantes influencias de sus migrantes internos e inmigrantes”, afirmó Jonathan Berezovsky, fundador de Migraflix.
Durante el 22, el 24 y el 25 de septiembre, se repartieron un total de 2.000 arepas en Bogotá, con gran acogida entre los transeúntes de los puntos de reparto: los parques Simón Bolívar, Santander y El Virrey. En estos espacios se conocieron no solo nuevas propuestas que iban desde lo vegetariano hasta platos típicos como nuestra posta cartagenera en una arepa; sino que también pudieron vincularse con los microempresarios.
Esta unión de conocimiento, sabores y experiencias también les permitió a los chefs curadores descubrir el impacto en los saberes de los microempresarios: “Para nosotros desde Mini-Mal, #MiArepa es un encuentro que debería suceder más a menudo, porque pensar en el otro, en sus maneras de hacer, de ser y de comer, siempre es vital para aprender y entendernos como personas, más entre poblaciones que compartimos ingredientes, cocinas y saberes en este continente, que sumados nos fortalecen como latinoamericanos. Todo eso nos hace responsables de cuidar nuestras tradiciones culturales, gastronómicas y nuestra biodiversidad”, afirmó la chef Antonuela Ariza.
#MiArepa logró que Brasil aprendiera y reconociera qué es una arepa rellena. Lima, por su parte, consumió arepa con chicharrón durante sus fiestas patrias, abriendo una sana competencia al pan con chicharrón. Y nosotros ahora hablamos de arepa con posta, rellenos veganos y platanitos tentación. Migraflix construye, de alguna manera, algo más grande que pasaportes gastronómicos: es una suerte de diplomacia gastronómica trabajado con migrantes de 46 países, como Etiopía, Afganistán, Venezuela y Siria. Gracias a esto se consolidan comunidades invisibles que, a través de la comida, logran ganar un espacio y un reconocimiento de sus productos y gastronomía.
Último hervor: ¿No les parece que sería muy bonito que este ejemplo de hermandad, de articulación, de colaboración y aprendizaje mutuo que vivió Bogotá en estos días gracias a #MiArepa fuera más allá del ámbito gastronómico, y otros sectores donde necesitamos ayudarnos más y entendernos mejor? “You may say I’m a dreamer”, cantaba John Lennon. Pues cuéntenme en ese sueño, y ojalá, como repetía el ex-Beatle, espero que sean muchos los que se nos unan.