Casi nunca ponemos en la lista de las prioridades una que es vital: la comida. En muchos casos, ni nos fijamos que esta es la energía vital del día, y se nos transforma en un simple paso en la lista de chequeo de la supervivencia. Craso error. Esta semana leí una columna sobre lo difícil que se han vuelto experiencias en teoría sencillas, como encontrar comida que alimente, o una donde la atención sea la calidad de los productos y cómo están dispuestos, y pensar que es posible disfrutar un plato sin pretender cambiar hasta la madre porque cada comensal tiene su acomodo. A esta profunda y muy merecida llamada de atención sumaria la innecesaria actividad de tener que transmitir en directo cada bocado, mostrando las muelas y, aún peor, sin tener un filtro entre lo que comen y lo que comentan.
Estamos viviendo una época de una mezcla perversa: la falta de interés por lo que nos alimenta, el reconocimiento de los cocineros que nos sirven cuando salimos a disfrutar un espacio o simplemente a alimentarnos, y la temida necesidad de tener la exclusiva y la verdad absoluta de un plato, maximizada con que, por andar grabando, quizás ni entienden lo que se llevan a la boca.
A mí en la facultad me enseñaron que más allá de la importancia de la inmediatez de la noticia, esta siempre merece un doble chequeo, tener una fuente que lo respalde y ser responsable en el manejo de la información. Pero claro, eso era cuando ser periodista tenía una responsabilidad y un proceso de construcción social. Hoy, por el contrario, ante la inmediatez en la que vivimos y el amplio acceso a la tecnología, ya todos podemos generar nuestras propias historias y noticias sin importar el campo de ejercicio o la preparación que se tenga a la hora de emitir un juicio de valor.
Creo que no es lógico que la moneda de cambio hoy sea el “tú me das o regalas y yo te mantengo vigente”. Por el contrario, la moneda de cambio a la hora de crear y contar una historia debería estar en la calidad de los productos, la técnica y todo lo que hay detrás de esa foto o video que, para completar, seguro está retocada con un filtro o programa, y que responde a un solo paladar que cree tener suficientes herramientas a la hora de calificar o descalificar un lugar.
Esto no es un problema solo con la comida, los restaurantes, bares o eventos. Mi abuela diría que “consuelo de muchos, consuelo de tontos”, porque la realidad es que, ante el desconocimiento, una mala experiencia o simplemente un error en la cadena de logística de cualquier producto, las redes sociales se han convertido en el patíbulo. Verdades a medias o mentiras impecablemente construidas generan su propia dinámica, que termina en calificaciones desmedidas, pobres comentarios y, en muchos casos, repeticiones tipo borregos, porque ni conocen los lugares. Es una forma de lo que en la calle se conoce como las temidas “bodegas”, que pueden ser monstruosamente inmensas, o un círculo pequeño de amigos que se dedican a cortar y pegar para generar su propia ola.
La vanidad nos cuesta muy caro en el bolsillo, en la salud, en las relaciones interpersonales. Y qué decir que en los proyectos productivos, en la capacidad de buscar un mínimo de equidad en las diferencias prácticas de la vida. En el caso de la cocina, la vanidad se dedica a alagar a unos cuantos, a idealizarlos y convertirlos en inalcanzables, dejando de lado procesos, comunidades y saberes, ante la imperiosa necesidad de mantener vigente unos modelos que son imposibles de conocer o visitar para la gran mayoría.
Ojalá esta época dulce de Halloween nos permita una reflexión sobre lo que queremos creer, lo que queremos seguir y a quienes les queremos creer, antes de que la hoguera de las vanidades nos pegue un quemón.
Último hervor: El pasado miércoles 16 de octubre se celebró el Dia Mundial de la Alimentación, resaltando la situación actual del mundo frente a la hambruna, desnutrición y el bajo acceso a una alimentación balanceada. Según el Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024 del PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), elaborado por WRAP (The Waste and Resources Action Programme), “los hogares de todos los continentes desperdiciaron el equivalente a más de 1.000 millones de comidas cada día durante 2022, mientras 783 millones de personas padecían hambre y un tercio de la humanidad atravesaba una situación de inseguridad alimentaria”. Colombia no es la excepción a esta situación, por lo que el llamado hoy es a mantenernos en la línea de reciclar lo que nos queda, comprar con conciencia y donar lo que ya no alcanzamos a consumir. Cada día más gente sufre hambre y se vuelve un peor pecado estar desperdiciando eso con lo que tanto podríamos ayudar. Siempre habrá una opción para aprovechar eso que nos sobró, revisemos cada uno en casa, y así sea con el vecino, el celador o en la cuadra, cualquiera es mejor destino para la comida que nos sobra que el tarro de la basura.