Las flores son una de las muchas cosas buenas y bonitas en las que, por fortuna, se destaca Colombia. Y es que somos un país productor de flores por excelencia: no hay región del territorio nacional que no tenga una como su insignia y orgullo local. En realidad, están por todas partes: tenemos a Medellín con su Feria de las Flores, así como cientos de jardines botánicos, orquideoramas y similares sembrados en todas nuestras regiones. Hay que agregar que todos tenemos en el corazón una mata que esperamos florezca. Es un sector de Colombia para el mundo pues, literalmente, ¿qué sería de un San Valentín o de un Día de la Madre en el planeta sin nuestros claveles o rosas?
Esa magia que tienen las flores en diferentes espacios de nuestra vida, la vienen ganando recientemente en las cocinas de las casas, y no solo como decoración o adorno. Por años hemos visto y disfrutado de las flores de calabaza rellenas o de las flores azucaradas que nos hacían las abuelas, y qué decir de las deliciosas aromáticas de rosas, jazmines o flores de naranja que se toman en cualquier momento. El poder de las flores en las recetas y preparaciones es milenario porque, además de su capacidad de llenar los platos de color, tienen un importante poder nutritivo y curativo.
Cada vez con más frecuencia y variedad, la gastronomía y la coctelería se nutren de las flores. Ahora las estamos disfrutando en licores, aguas, aceites, postres y todo tipo de productos que logran un juego de sabores indescriptible, que se suma a la belleza y vistosidad que le agregan a la hora de montar platos y bebidas. Vale la pena destacar cómo la repostería, gracias al cielo, le está apostando a las flores vivas en lugar de las de pastillaje, que si bien eran deliciosas y divinas, representaban un doble peligro: los alambres que solían acompañarlas y la bomba de azúcar que, sin querer queriendo, se comía cada comensal.
Como nos ocurre con muchas cosas, en Colombia no solemos apreciar lo que tenemos. En el mundo mueren de la dicha por tener acceso a flores a diario, que no tengan un costo astronómico, mientras que nosotros muchas veces ni las usamos. En estas tierras no valoramos mucho la dicha de tener la posibilidad de tener flores frescas para comer, tomar o decorar un plato a la vuelta de la esquina. Y eso que no les he hecho la pregunta clave: ¿hay algo más agradable y acogedor que un salón o una cocina coronada por un buen florero?
Flores hay de todos los colores, olores y sabores: de sauco, albahaca, caléndula, rosas, calabaza, borrajas, pensamientos, lavanda, hibiscus, begonias, buganvilias, manzanilla… hasta la flor de ajo, que además de vistosa es muy aromática. Todas, claro está, necesitan ser cuidadas, ser consumidas frescas y limpias, pues no siempre llegan sin pesticidas. Y eso sí, como todo en la cocina, hay que probarlas y saberlas mezclar y combinar: no todas van con todo.
Las flores deberían estar siempre en nuestras alacenas. Son un remedio natural, no costoso y además nos devuelven la alegría cuando nos topamos con ellas, o piensen, por ejemplo, cuántos postres salen de una flor, o cuántos remedios. No acabaría de contar las gripas, toses y dolores de cabeza que me he curado con aguas de flores y mejorales, algo en lo que, estoy segura, me acompañan miles; y qué decir de los dolores de cabeza superados con aguas de flores. Como en todo en este país, cada región aporta un sinfín de saberes y tradiciones al respecto, así que hacer la tarea de identificarlos, retratarlos y volverlos una receta que pueda pasar de generación en generación es un pendiente que tenemos todos. Es más, debería ser una necesidad.
Estábamos en mora de darles a las flores un lugar más protagónico dentro de la cocina, pues solo suman cosas buenas: color, vistosidad, alegría, buena energía. Además, no hay que invertir mucho para disfrutar de ellas. Eso sí, como todo lo lindo, hay que cuidarlas bastante, para que su vida útil se prolongue lo máximo posible, y también para que nos pasen su magia y poder.
Último hervor: Mucho hablamos y cuestionamos el sistema de salud, con o sin conocimiento, pero por lo general rajando como única ley. Por razones del destino, llevo un año y medio necesitándolo con más frecuencia de la que quisiera, y no propiamente para un guayabo pues, como dice mi mamá, después de los 45 todo comienza a salir. Esto me permite decirles que, aunque con deficiencias y demoras, el servicio y el acceso es bastante bueno. No estoy para que me quemen viva hablando de falencias, que las hay. Lo que estoy tratando de decir, y de llamar la atención, es que en las décadas que han pasado desde que se acabó el modelo centralizado de salud, muchas cosas buenas han pasado. Una conversada en familia sobre lo que era, para compararlo con lo que estamos obteniendo hoy, nos sirve a todos para ser menos testarudos. Mucho para mejorar, sí, pero ojo, no nos pueden quitar lo que tenemos de tajo.