A veces juega uno con las palabras. Pensemos en algo sencillo, como ser un buen comedor —como muchos de los que leen esto— y poder comer en un comedor lleno de vida, de historias y de buenos platos. En el comedor de la casa todos crecimos haciendo tareas, disfrutando de un buen juego de mesa, celebrado las fiestas importantes y hasta una que otra buena rumba. No hay que ir muy lejos para recordar que se transformó en la oficina de muchos durante la pandemia. El comedor de la casa es el lugar donde, a la fija, uno siempre siente que va a estar bien y seguro.
Por su parte, un buen comedor es aquella persona que uno siempre quiere de amigo. No hay nada mejor en la vida que tener gente que sepa el valor de la comida y lo que significa compartir un plato. Y, bueno, no hablemos de lo bien que se pasa al cocinar a cuatro manos. El personaje que sabe ahogar sus penas en una buena sopa, que celebra la vida con un buen tamal y para el cual el mejor paseo, sin importar el lugar del mundo, siempre es visitar la plaza de mercado local, ese es un buen comedor.
Sin embargo, comer se ha convertido en un lujo para muchos y en un motivo de preocupación para un número creciente de familias colombianas, pues los incrementos no ceden, los ingresos se acortan y difícilmente se logra encontrar el equilibrio necesario en los hogares. Mi mamá diría que se hacen malabares con muchas cosas, pero hoy, con preocupación, vemos que se hacen con la alimentación de muchos colombianos.
Si a esto le sumamos que se acabó mayo, mes cinco de 12, y aún hay varios municipios sin PAE o con un adjudicatario que resultó ser otro bandido de cualquier red de amigos del político de turno, nos encontramos con que también estamos jugando con la alimentación básica de nuestros niños. Sorprende ver la desidia de algunos mandatarios a la hora de cumplirles a las familias y la falta de hígado de quienes se roban la plata de la comida de los colegios.
Es algo así como una tormenta perfecta: llegar a mitad de año y encontrarnos todavía con este tipo de problemas, pues esto quiere decir que nos acostumbramos a estar inmersos en la corrupción rampante en la que vivimos. Es normal callar que los niños no reciben la comida, es normal callar que no tenemos agua y llevamos años oyendo que habrá alcantarillado, y nos acostumbramos a que todo suba desmedidamente y nada vuelva a bajar.
Todos nos quejamos, todos vivimos inconformes, pero realmente son pocos los que deciden tomar el sartén por el mango para generar espacios de cambio. No es necesario incendiar el país ni tomarse las calles: es tomar el control de las situaciones desde la sensatez y la verdad, sin tantos globos en el aire.
Comedor, comedores, comunidades, todo girando en torno a hacer posible que cada uno tenga un plato de comida caliente en la mesa. La comida es hoy en día un mecanismo de cohesión, de crecimiento, de construcción; no puede seguir siendo un mecanismo de presión.
Último hervor: El miércoles pasado se lanzó en la Zona Rosa de Bogotá The Macallan Gallery. La capital sigue generando opciones y aquí encontramos un nuevo concepto de venta, en un espacio de experiencia inmersiva en torno a la elaboración del whisky y el lema de la marca: “Nurtured by nature” (“Nutrido por la naturaleza”).
The Macallan Gallery nace de la visión del arquitecto Jamie Fobert, cuyas obras incluyen la restauración del histórico Fondaco dei Tedeschi en Venecia y la extensión de la National Portrait Gallery en Londres. Brinda a los visitantes una experiencia donde aprenden sobre la destilería de The Macallan y la creación de su whisky, para de paso comprar magníficos destilados de la marca.
Junio los espera con las puertas abiertas en esta gran experiencia que despertará todos sus sentidos. ¡Salud!