No sé si es mi impresión, pero de un tiempo para acá como que los días pasan más rápido de lo que estaba acostumbrada. Por más que corremos y tratamos de ponernos al día de las cosas que quedaron pendientes los días que estuvimos fuera, se siente interminable todo, y como que nunca se alcanza a dejar todo listo. Obvio, todavía está la pereza propia de regresar a las rutinas laborales, pero creo que estoy como mi abuela, que decía que el día no le alcanzaba para nada.
El tiempo se ha convertido en un detonante para todo lo que hacemos, lo que planeamos y hasta lo que comemos, así esto último suene ridículo, pero es verdad. Lo que nos preparamos para almorzar está sujeto al tiempo que tenemos el día anterior: si salimos a almorzar, siempre hay una cuenta matemática de los minutos con los que contamos antes de tener que regresar para seguir con las responsabilidades. Y así sucesivamente con todo.
En estas semanas ha sido muy particular el tema de los tiempos en los restaurantes, porque el servicio se ha vuelto un poco más largo, por no decir demorado. Ojalá sea, y esto se lo pido a Dios, porque están llenos y los meseros no calculan bien los tiempos por tener contentos a los clientes necios, o porque el pequeño verano en el que andamos nos ha dejado tener unos espacios más relajados a la hora de pedir.
Sin embargo, quienes por razones de trabajo hemos tenido que ir a almorzar o cenar, sí notamos esa nueva dinámica, y por lo tanto hacemos un llamado a la cordura: traten de servir todos los platos de la mesa al tiempo, como para poder comer acompañados y no cada uno en su momento. Para mí es impensable ver una mesa de cuatro donde se sirvan los platos todos en diferentes tiempos, con perdón. Cabe aclarar que esto aplica a restaurantes no de comida rápida, pues si fuera esta última, no tendría ninguna queja, por el contrario, siento que en esta última temporada han sido muy eficientes hasta en sus domicilios.
Se nota, sobre todo en estos días de enero, que hay menos meseros y, los que están, están llevados por la cantidad de gente en un solo servicio. Y bueno, si por equivocación uno pide un plato marcado como cocina lenta, no son 35 ni 40 minutos, puede ser más de una hora sin una sola respuesta de nadie, pues creen que no respondiendo ayudan.
Como dirían los que saben de básquet: tiempo fuera y a la banca para este tipo de servicios. ¡De verdad que no hay excusa! La comida puede ser maravillosa, ser uno de los mejores lugares para comer, pero ese destiempo genera una inconformidad salvaje, y la experiencia se vuelve insufrible cuando cada uno come solo. Y la respuesta no puede ser, “tomamos nota de su problema”, porque es aún peor pensar que no es uno solo el de la queja.
Sentarse a un almuerzo acompañado implica que los tiempos son acordados y compartidos, que todos hacen lo posible para que la mesa sea una dicha, y que por eso esperan que el restaurante haga su parte en esa experiencia. Esto genera, además, un “voz a voz” positivo. Mientras que, si ocurre lo contrario, puede convertirse en un campo de batalla. El servicio es un equipo, un reloj, que desde la mesa hasta la cocina hace posible que cada encuentro sea una inversión maravillosa.
Último hervor: señoras y señores, después de los últimos anuncios, hay que ir “pasito a pasito… suave, suavecito”, con los gastos y con los proyectos. No todo lo que brilla es oro, y la comida seguirá siendo un rubro importante en los presupuestos de cada casa. Acuérdense que hay que empezar a apretar el cinturón para después no sufrir, y hacer un poco más de cuentas que vivir de cuentos. Así será más llevadero este 2024.
#MadamePapita
@ChefGuty para El Espectador. Enero 11, 2024