La dicha de saber que la comida cura es algo mágico, algo que debemos aplicar y agradecer porque exista en nuestras vidas. Saber que el estómago mejora con una pitaya o una ciruela pasa, que la guayaba frena el mal del mismo nombre, o que los gases pasan con anís, es para mí el mejor vademécum médico que me puede acompañar. Es increíble como cada cultura tiene un bocado que cura. No importa el idioma, la religión o la ubicación: por donde uno revisa hay una guía que nos lleva a la comida como ese lugar de sanidad y paz.
Últimamente he tenido que desempolvar, buscar y pedir ayuda con la búsqueda de remedios naturales para el estómago, la piel, el pelo y, en fin, eso que se llama el paso de la edad. Me aburrí profundamente del peperío, pues además de estarme arruinando, sentía que nada evolucionaba de fondo.
Todos los caminos me llevaron a un lugar privilegiado: el agua. Luego, desde Asia hasta Colombia, todos me mandaron a las hojas verdes, y de verdad han sido mágicas. Sumado a todo esto, lo más importante para mí ha sido comer conscientemente. Más bien alimentarme, en lugar de comer. Entonces, pase de servirme a las carreras, masticar poco y comer parada, a comer pensando qué me estaba llevando a la boca fuera del horario, y pensando más en qué necesitaba mi ser. Brillando, eso sí, por ser la reina de las cocas y la comida de casa.
De alguna forma pasar a la miel, el propóleo, el eucalipto y el sauco, quitó la tos. Comer plátano, yuca o papa cocidas y bien producidas, dejaron de llenarme desmedidamente. Y así, cada hierba que consigo se vuelve un mejoral. Ver cómo en la plaza cada vendedor me indica que me mejorará la semana, me llena de dicha: para la energía, un chocolate espeso. Para el mal de amores, un bocado dulce. Para el estómago, todo lo que venga de la mano de la abuela; para el cansancio un buen mordisco de pan y para hacer ejercicio, muchas hojas verdes. Así fui recolectando mil recomendaciones de todos: vendedores, mamás de mis amigas, tías y la gente de mi vecindario.
Fluyen las cosas de forma natural, y de una forma sencilla la producción de comida en casa se convierte en el mejor botiquín que he tenido en muchos años. Cada día me convenzo más que son sabias las abuelas, las tías y las madres, que invierten tiempo en lo básico, en las anotaciones, en armar alivios con el corazón de la cocina.
Seguir sembrando, cosechando, buscando respuestas desde la nevera o despensa, ha surtido efecto en las generaciones anteriores a nosotros. Generaciones menos facilistas quizás, pero que se surtían en la tierra y de la mano de las matronas de la cocina en lugar de las farmacias. Cada enfermedad tiene un algo que rescatar de la tierra, una hierba, un tubérculo, un guiso o un potaje: la magia está en rescatar todo ese conocimiento ancestral que circula en nuestro entorno.
Anímense ustedes también a anotar y compartir sus recetas y mejorales. Estoy segura que más allá de una discusión por los ingredientes, se sentirán mejor. Les dejo otro tip: nunca dejen de tener sus maticas en la casa, con cuanta hierba les haga felices. Los aromas estarán por todas partes, los colores darán alegría y la mejoría a una dolencia estará siempre disponible, a solo un hervor de hierbas.