Fácil, facilito

Es una realidad latente: vivimos en un mundo donde nos gustan las salidas fáciles. Andar en coche es lo nuestro y a eso nos hemos acostumbrado, no solo con nuestras actitudes, sino también a través de nuestras actividades. Criticamos el día entero, pero ni siquiera somos capaces de defender las cosas por las que supuestamente peleamos, pues a la hora de la verdad, mejor que sea el vecino el que me defienda, que sean ellos quienes salgan a poner el pecho. Y eso sí, de paso, que me cuenten el chisme.

Tristemente, y es algo que viene pasando desde hace un tiempo, Colombia vive en medio de una cultura donde “el vivo vive del bobo” y eso es muy ofensivo. Parece como si para poder salir adelante se necesitara, siempre, torcerle el pescuezo a la gallina. Si no, comienzan a enredar y enredar las vainas. Despreciamos lo sencillo, lo básico, lo que hacemos y producimos. Por momentos, da la impresión que hicimos del desprestigiar y denigrar de lo que somos una necesidad.

En fin, luego de estos dos párrafos tan densos y espesos, cual arequipe en congelador, quiero volver a un tema que toqué hace un tiempo. Esta semana viví en carne propia la necesidad de volver a hacer compotas, mermeladas, sopas y demás, por lo que fui a la plaza y vi que hacían falta varios productos del diario, como el escaso aguacate, las brevas, que parece nos las comimos todas en diciembre; los higos, que no encontré en toda la plaza de mercado, y así sucesivamente. Pregunté y la respuesta fue contundente y repetitiva: “vecina, eso ya viene preparado en los mercados finos, y aquí se nos pudre el producto”.

Traté de superar ese baldado de agua fría rápidamente, y me dirigí a un almacén de abarrotes, donde pedí que me mostraran las brevas. Me ofrecieron tarros de brevas en almíbar, llenos de químicos y azúcares en varias presentaciones. Otros me pasaron galletas rellenas de pasta de higo, y una mermelada que tenía muy buena cara (todo hay que decirlo) ambas importadas. Mi tarea era encontrar las brevas que quería hacer con canela, pero no lo logré: no hubo lugar donde encontrarlas, ni siquiera enlatadas.

De otra parte, hay que mencionar que el resto del mercado estuvo costoso, pero fresco y en buenas cantidades, lo que me facilitó la vida para poder volver a mi labor de dejar la comida de la semana lista. Aunque no me iba a quedar con la espina por lo que, antes de llegar a casa, entré a un supermercado de cadena y dediqué un buen rato a ver los almíbares: fresas, mora, papayuela, duraznos criollos e importados, feijoa, uvas… En fin, una gran oferta, llena de más químicos y azúcares. Seguí al área de frutas y, proporcionalmente a la cantidad de enlatados, encontré un tercio de los productos frescos.

Al preguntar por eso recibí la misma respuesta: “la gente ya no consume frutas frescas porque no hay tiempo, mi señora”. Y ahí entendí la triste realidad de nuestro campo, y de muchas de nuestras enfermedades hoy. No hay tiempo para comer sano, no hay tiempo para cocinar y, evidentemente, con lo que sube el mercado mes a mes, es más rentable comprar lo procesado que ir a la plaza o hacer compra directa. Y mejor ni hablemos de los jugos, pues ya ni las pulpas mandan la parada. Si están empaquetados en cajas, y ojalá con el pitillo, todo es mejor, pues así le hacen el juego ese mismo ciclo de la falta de tiempo

No podemos seguir haciéndonos los ciegos ante la epidemia de obesidad que vivimos, y eso que prefiero no profundizar en las enfermedades cardíacas o el cáncer. No podemos educar a nuestros hijos en ese camino de los tarros, cajas y dulces, que es más lo que perjudican que lo que ayudan. Las salidas fáciles deben ser ocasionales, si es que no se pueden evitar, y por favor, que no se conviertan en la regla básica de la alimentación y de la cultura que reciben los niños y los jóvenes.

Recuerdo que mi mamá me llevaba los fines de semana a la plaza en El Rosal, un pequeño pueblito de Cundinamarca. Ver, oler y tocar fruta fresca era una experiencia mágica, y podía estar acompañada del premio mayor: que los campesinos que me regalaran alguna para probar. Ahí también vi de primera mano que los quesos vienen de la leche y no de una caja plástica empacada al vacío o paquetes por el estilo. Y aunque suena exagerado, les aseguro que lo digo con conocimiento de causa, pues en mis clases escucho frecuentemente respuestas como “la papa viene del paquete”, “el queso viene del mercado”, y así sucesivamente.

La lucha contra el hambre no puede ser una lucha que aumente la enfermedad y la diferencia, sino que tiene que ir de la mano con los temidos alimentos que les brindan en los colegios muchas veces, pues mal haría en decir que son todos. Como adultos, no podemos desentendernos de la alimentación por cuestiones de tiempo. Entiendo que esto pueda pasar cuando es cuestión de dinero, y por eso reitero mi llamado a realizar compra directa. Lo cierto es que la realidad hoy es que entre más empacado y más procesado, más fácil para todos en el hogar. Esto debe cambiar: no más el camino corto. Seamos conscientes de que lo que hacemos ahora con nuestra alimentación es un abono para nuestra salud del mañana. Después no digan que nadie les advirtió.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Febrero 16, 2023

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