Despacito

Soy de las que piensa que correr con las cosas de la vida que no son hacer deporte solo sirve para estresarse, y para hacer todo solo por salir del paso, sin mayor sabrosura. Esto deja, generalmente, uno que otro problema de por medio. Por eso he disfrutado mucho al volver a cocinar recetas que llevan su tiempo y dedicación, pero que se agradecen al final en cada bocado.

Hablamos, por ejemplo, de regresar a lo sencillo, a las cosas que de alguna forma son básicas en nuestra cocina, pero que nos llevan a esas grandes comidas de las abuelas, donde lo que primaba era lo sustancioso del plato. Esta temporada es quizás el mejor paréntesis que tenemos para desempolvar esos espacios de cocina, y llenar nuestras mesas con aquellas recetas que dan para repetir y compartir.

A mí me criaron con cocidos en la olla de barro de mi abuela, seguidos por suculentos estofados y sudados que, aun hoy, siguen siendo de mis platos preferidos. De hecho, mi mejor amiga sabe que me colma de amor cuando hace su receta de goulash con un buen arroz blanco. Cada receta tiene una memoria en el paladar que no solo me llena la barriga, sino que instantáneamente me traslada a esos momentos felices de la vida donde los he saboreado tantas veces.

Suena bastante romántico, pero así es. Si la comida es sosa, uno come con desgano, y es posible que le pregunten si está enfermo. Si está salada, alguna tía dirá que estoy cocinando contenta, y así sucesivamente, ya que la comida se va transformando en emociones y acciones. Por eso, los platos de cocción lenta son tan significativos en muchos hogares del mundo.

Además, si pensamos a la velocidad que comemos y compartimos la mesa, nos damos cuenta que una buena comilona siempre lleva detrás un gran momento, desde que iniciamos la preparación hasta que se levantan los platos luego de comer. No hay mejor conversación que la que se da en el mesón de la cocina, donde cada uno prueba, revuelve y aporta a cada preparación; y ni que decir de la necesaria conversación de sobremesa con una que otra cuchara de un buen postre, o alguna bebida que nos ponga a tono con la digestión.

Desde el encierro de la pandemia el tiempo ganó papel preponderante en nuestras vidas, pues aprendimos a la fuerza lo que significa la libertad de dar y convidar en la mesa, disfrutar de la compañía de unos y otros. Creo que luego de esa experiencia, buscamos alternativas para darle mucho más tiempo a lo que nos gusta pues, como dicen en mi casa, si le gusta le sabe. Por eso está bien que le demos el tiempo adecuado a cocinar a nuestras anchas, a darle el tiempo a cada preparación y disfrutar de la misma manera el resultado final.

Y así funciona. Mi cabeza pasa el día entero llevándome a mi memoria gustativa, donde los olores son mis mejores aliados. Y ni hablemos de esos días, pues en diciembre mi vida huele a natilla y buñuelo desde que me levanto hasta que me duermo. Pronto volverán el pernil de cerdo al horno y el pavo relleno, que toman más de un par de días de preparación, un plan imperdible. A eso hay que agregarle la tradicional batida de la natilla, para que no quede grumosa, y una de las dichas que más espero: el sancocho del primero de enero.

Diciembre que se respete implica que, después de que inician las novenas, y a veces antes, difícilmente se guardará la línea, para eso estará enero. Por el contrario, las curvas se marcarán y el tiempo del gimnasio se destina otros menesteres en la cocina. Es hora de ir más despacio, de aprovechar el tiempo en familia, de retomar los cucharones y las ollas y dedicarse de lleno a reconstruir sabores, para pasarlos a esa nueva generación de pequeños cocineros, que serán los que en un par de años estarán llenando de dicha nuestros paladares, contando las historias de nuestra gastronomía a los que vendrán más llegando.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Diciembre 02, 2022.

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