Así ando yo en estas navidades: viajando al pueblo más cercano a conseguir tamales frescos, viendo salir de las freidoras los buñuelos (y bueno, no solo verlos), y esperando a que metan a las neveras las natillas con su salsa de mora para llevarme el postre del día. Y ni hablar de cómo me hacía de falta poder encontrar sabores de otras ollas que no fueran las mías en esos bocados, y apoyar esas economías que dependen de las ventas de antojos, colaciones y regalos decembrinos. Yo ya lo declaré, y no me canso de vociferarlo: la dieta empieza el primero de enero. Bueno realmente el 2 o el 8, porque el primer día del año no perdono sancocho de leña o calentado de la cena de año viejo, y el 7 de enero hay que despedir las vacaciones como Dios manda.
Ya tengo mi plan listo y minuciosamente diseñado para comenzar en ese momento a bajar carbohidratos y ponerle más seriedad al ejercicio. Por ahora el único cardio que hago es el de caminar largas horas de paseo por los pueblos colombianos, recorrer los mercados y disfrutar del aire fresco que hoy podemos respirar, y que todos esperamos poder seguir disfrutando si nos cuidamos y mantenemos el país activo.
Pero volviendo a las salsas y sus jugos, en estos días me ha dado por guisar mucho. Y es que, a la hora de recibir a la familia, bien vale la pena echarle más arroz a la olla y preparar de fuerte buenas carnes desmechadas con papa guisada, pollos criollos y hasta los consabidos cerdos agridulces en trozos. Son recetas que rinden para todos, y que son un tiro al piso porque nunca fallan: no hay nadie a quien no les gusten, y además puedo hacer versiones vegetarianas con verduras al wok y sabrosas salsas, pues en esta casa siempre hay puesto para todo tipo de comensales.
En mi salsa estoy, y me bailo hasta las propagandas de navidad de la radio. Últimamente hasta me dan más ganas de levantarme, porque además el tiempo ha cambiado, el sol sale pronto y calienta rico, y provoca salir de la cama a hacer un tinto, ver qué vamos a desayunar y poner villancicos o música de navidad. No son épocas fáciles para todos, pero sí podemos hacerlas más llevaderas en la medida que el compartir sea religioso, y respetar los gustos se mantenga como una invitación verdadera.
Es una época de tolerancia, de perdonar o, por lo menos, de abrir un paréntesis para no tragar entero y con bilis. Es hora de suspender las charlas políticas y subirle a la conversación de lo que nos trajo el año y con lo que soñamos para el 2022. Es una época sabrosa para compartir sin mucha medida entre lo dulce y lo amargo de los días y, sobre todo, para vivir sin reparo lo que queremos y comemos. Ya está bueno de las dietas, los menjurjes y cuanta pócima mágica para cuidar la línea, pues aquí la única que hay que mantener, y siempre creciendo hacia arriba, es la de la felicidad y la dicha de un año en el que volvimos a la calle y que termina para todos nosotros.
Hoy quiero recomendarles un steakhouse (carnes a su gusto) que encontré en la zona G de Bogotá: tres cuatro cinco Steakhouse (@trescuatrocincobta), que ofrece jugosas y sabrosas carnes maduradas de 45 y hasta 90 días, que resultan en una experiencia gastronómica de recordar. Fui a lo que fui: un Tomahawk madurado, con unas papas fritas que me hicieron recordar a mis papitas madrileñas, y unos espárragos a la parrilla que no dispersan la atención ni los sabores. Un buen vino o una cerveza son el mejor acompañante para esta delicia de comida, que recuerda a Pedro Picapiedra y Pablo Mármol.