Tiempo fuera

Me asomo a la ventana y siento algo de pánico viendo como la gente sale sin tapabocas, trota, tira cosas al piso y, con su permiso, escupe como si no hubiera relación entre el COVID-19 y la falta de cabeza de la gente al estar en la calle. Luego, miro un poco más hacia arriba, y veo el esmog cubriendo nuevamente a Bogotá, sinónimo de que estamos todos, otra vez, fuera de casa. No creo que cuidarnos sea un tema de estar eternamente encerrados, pero sí de ser responsables con lo que debemos hacer en la calle.

Quizá el tema de estar en la calle sea como la pregunta de qué fue primero, si el huevo y la o la gallina… Para mí la salida se ha vuelto eso: pensar para qué salgo, cuando se nos han abierto las puertas que permiten seguir fortaleciendo nuestra salud, además de tener la opción de elegir comer fresco y sano, fortaleciendo de paso las cadenas productivas locales.

Ahora, reconozco que es difícil no saborearse de vez en cuando con un buen piquete con paseo en carro por la sabana, o negar que extrañamos las empanadas que venden en las cafeterías de las oficinas, que recalentadas en el horno microondas saben a gloria acompañadas de un café fresco. Extrañamos tanto hasta lo más simple, que en nuestras conversaciones acabamos añorando cosas que realmente no son más que hábitos, y que poco a poco hemos podido ir adaptando a las ventas por Whatsapp, a las recetas de las amigas y, por qué no, a poderosos grupos en Facebook que responden a las preguntas más básicas de quienes empiezan en la cocina, o que sirven de guía para grandes sibaritas que han seguido cultivando su gusto por el buen comer.

No está mal darnos una salida de vez en cuando, sacar la nariz y ver que todo no es tan malo. Ver también que, por el contrario, estas semanas han desafiado el ingenio y capacidad de adaptación de todos los comerciantes, sin importar el tamaño de la operación o productos que vendamos. Han vuelto los camiones con pequeñas placitas a los barrios, con frutas y verduras frescas, y los amigos del camión de gaseosa ahora sí tienen tiempo para hacer visita con los vecinos y usar nuevas tácticas de ventas. Pero quizá lo más significativo, al menos en mi barrio, es que lentamente en cada portería han ido apareciendo papeles con menús, platos especiales y deliciosos postres a domicilio.

Estos meses en casa nos enseñaron a ahorrar dinero y a compartir la mesa y las oportunidades. Dependerá de todos nosotros que la economía pueda seguir su curso natural de reapertura, de reiniciarse y de permitir que quienes más han perdido en medio de este encierro puedan recapitalizar sus negocios. Tiendas de barrio, restaurantes, misceláneas y hasta los mismos lugares donde alguna vez tomamos o dictamos cursos de cocina necesitan un respiro económico, no solo para sus dueños sino para todos sus empleados.

Todo esto será posible solo si cada uno de nosotros encuentra el punto medio de poder estar dedicando un tiempo al trabajo en casa, y otro tanto tiempo fuera. No hay necesidad de apelar a la “colombianada” de decirnos mentiras para irnos de vacaciones enterrando a un amigo o teniendo que viajar de afán a ver a la abuela. Seamos sensatos. Esto es una construcción de seguridad para nuestros campesinos, para nuestros productores y para cada uno de nosotros, pues todos necesitamos volver a producir. Pero también es el momento de seguir pensando en cuidarnos, en querernos y en no botar por la borda todo lo logrado en estos meses.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Junio 12, 2020.

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