Recuerdo cuando por encima del mostrador me decían hola vecinita. Y yo, con una sonrisa de oreja a oreja, comenzaba a pensar que con $200 era millonaria y estaba a punto de comprarme la entrada al paraíso.
Don Pepe, Isauro o Don Juan hacen parte de las memorias de esos gloriosos momentos donde cada cuadra tenía su tendero. Puntos de reunión, salón de té o simplemente la tienda del mandadero. Un surtido increíblemente variado por unidad, al por mayor o menudeado, pero lo más importante, fiado. La simplicidad del servicio, la cercanía cliente-dueño, y la posibilidad de tomar decisiones en un ambiente amoroso.
Ese sueño de volver a mi tienda de barrio cada día parece más una película de terror. Estamos plagados de grandes superficies, mercados de cadena que se convierten en las tiendas de barrio sin corazón y en masa. Valga aclarar que no tengo nada en contra de este modelo, solo que quiero invertir mis esfuerzos hoy en que hagamos la tarea de comer y comprar local.
Creo que todos estos días de paro nos hemos cuestionado qué pasa con nuestra canasta familiar; ¿cuánto aumenta o no? ¿Y qué es lo que podemos o no comer? Pero seamos sinceros, ¿cuántos hemos hecho la tarea de salir a una plaza minorista o mayorista?
Recuperar mi tienda de barrio y esa compra de plazas o despensas de barrio (verdulerías en otros países) nos garantizaría salirnos de varios loops desgastantes como bajar la contaminación por icopor y bolsas plásticas que nos dan en las cadenas, aumentar la compra con menos intermediarios, y saber en qué temporada conseguimos qué y a qué precios. Estos son los argumentos técnicos, que afectan el bolsillo de todos.
Pero mis principales argumentos son los del corazón. Quiero recuperar las habas fritas en lugar de papas fritas de paquete; las papas nativas horneadas en lugar de las postizas congeladas; frutas nacionales sin sello de seguimiento transgénico; cambiar el kiwi por la pomarrosa; recuperar las granadas de Boyacá, no de la China; la gelatina de pata blanca, el liberal fresco y obvio, volver a las carreras que tuvimos todos de niños a gastarnos las monedas o a hacer el mandado.
Esto es un movimiento mundial, no estamos descubriendo que el agua moja. Lo que sí estamos modificando son nuestros hábitos de consumo compulsivo y de excesos, que nos genera el hecho de enfrentarnos a megagóndolas repletas de azúcares y procesados. Amo enfrentarme a una línea colorida y perfumada de frutas frescas en la Plaza del 7 de Agosto donde compro todo lo que necesito o no necesito; luchar en combate cuerpo a cuerpo en Corabastos por comprar nísperos, zapotes y gulupas. Pero lo que más me gusta es esa excursión gastronómica que puede uno vivir probando (si es que se atreven) un buen caldo de papa, unos huevos con pan y un tamal hirviendo.
Mi recomendado de hoy es: ¡VAYA Y UNTESE DE TIERRA! Siembre una lechuga en su casa, busque a las amigas que venden mercados orgánicos, conozca que en Cundinamarca mandamos al mundo chachafruto y flores orgánicas. Sí, sí quiero volver a tener tienda, quiero movilizar a la gente a que sepa qué se vende en el barrio, qué producen los vecinos y a conocer qué produce el campo colombiano.
#MadamePapita