El ciberajiaco

Para mí, y para la mayoría de las familias del planeta, los fines de semana son para descansar, para ver a los amigos o la familia y, generalmente, reunirnos alrededor de una buena comilona. ¿Quién no extraña los sábados de asados con los amigos, o los domingos de almuerzo familiar, todos metidos en la cocina picando, ayudando o chismoseando el menú? Yo levanto la mano de primera, porque quizá es uno de los desafíos más grandes que estamos teniendo en estos tiempos: estar en casa, aislados, sin poder estar con los nuestros alrededor de una olla.

Al igual que ustedes, yo ya pasé por la fiesta por Zoom, todos con sus pasabocas y lo que quieran de tomar, una única banda sonora con el DJ elegido y una buena cantidad de risas. También ha sido una oportunidad para organizar encuentros y así ver frecuentemente a la familia: niños jugando en una piscina inflable, otros de picnic mientras los papás hacen el jardín, la que está peluqueando a la novia en vivo y en directo, o la solitaria en casa con su gato. Yo hasta he programado reuniones con gente que no veía hace mucho tiempo y de las que solo sabía por los “me gusta” en mi Instagram o sus fotos en Facebook. Este momento de emergencia sanitaria nos está uniendo, nos está acercando de corazón a corazón.

Pensando en eso, y gracias a la idea de unos primos que adoro, organizamos un almuerzo de domingo familiar. Queríamos estar juntos, no importaba quién supiera o no cocinar, no era un concurso de televisión. Tampoco era la idea cocinar todos lo mismo; más que la comida, queríamos sentir la cercanía, todos en la cocina hablando, compartiendo, saliendo y entrando en cámara, los perros ladrando, con la TV o música de fondo de cada lugar… disfrutar de la cotidianidad que une a quienes nos queremos.

Las reglas simplemente eran vestirnos (perfume incluido) como si fuéramos al tradicional encuentro, poner la cámara en un sitio estratégico para vernos, tener un panorama de la cocina y que escogiéramos dos ingredientes que todos tuviéramos en nuestras despensas: elegimos pollo y papas. Todas las comidas que se prepararan debían tener los dos ingredientes. Lo paradójico es que, sin proponernos, todos terminamos haciendo ajiaco: esa sopa de pollo y papas que tantos recuerdos nos trae de los abuelos, de las comidas de los padres, de los domingos finqueros y de los días fríos en casa.

Confieso que en un principio pensé en hacer un buen pollo asado con unas papas al romero y una ensalada fresca con lechugas del jardín, o un sudado de pollo. Hasta pensé en un pollo frito con papas fritas y más indulgencias domingueras, pero no, tanto en casa como en la de mi familia nos decidimos por el ajiaco, la disculpa perfecta para cocinar a cuatro ollas algo que nos hiciera sentir unidos. La cámara fue testigo de los tips de los más duchos, las ayudas al neófito en la cocina, uno que otro accidente culinario y mucha diversión.

Atrévanse a organizar una tarde fantástica, como la que me enseñaron mis primos Luisfer e Ivonne, en la que todos podemos disfrutar y compartir, así sea en medio del aislamiento que, en últimas, la virtualidad por fortuna acorta.

Hoy les quiero recomendar los múltiples domicilios que están ofreciendo los restaurantes de las ciudades colombianas. Hace un mes, las neveras de estos lugares estaban aprovisionadas para atender a sus acostumbrados comensales. Ahora, una parte de poder sostenerse y seguir adelante consiste en sacar ingeniosamente esa materia prima a la venta. Yo he encargado desde paquetes con todos los ingredientes y la receta de los platos que más amo de un restaurante, hasta los helados con sus salsas y masas para comer en casa.

Vale la pena darnos una mano entre todos, apoyar a los restauranteros de sus ciudades y no dejar de disfrutar los lugares que por mucho tiempo han estado allí, con sus puertas abiertas para nuestras celebraciones, reuniones y para nuestra vida diaria.

@ChefGuty para El Espectador. Mayo 1, 2020.

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