Que vivan los megáfonos

Vi Joker recientemente. Tenía esa cuenta pendiente antes de los premios Óscar de este año. La verdad, le tengo pánico a los payasos, es un miedo infantil que fue creciendo conmigo y al cual, de verdad, prefiero no someterme. Sin embargo, ante tantas recomendaciones por la actuación y su maquillaje, decidí verla un domingo a las 8 de la mañana, con desayuno en cama y amigos al lado. La película es impresionante, realista y con un mensaje contundente. De ahí que haya decidido darme un paseo por el centro de Bogotá para reivindicarme con todos los payasos que, a mediodía y en fin de semana, tienen la titánica labor de lograr invitar a la gente a probar las delicias de los restaurantes en los que son contratados.

Zapatos inmensos, coloridas calzonarias, chaqueta a cuadros y pin pon rojo en la nariz, es lo que caracteriza su distintiva vestimenta, la misma que luce el entrañable Sergio, el payaso de la obra de teatro La Siempreviva, de la que hace unos años hicieron una película, y que día a día sale a ganarse la papita a punta de provocar a los comensales y hacerlos reír. Unos con flor en la solapa y otros con una prominente pancarta, inician su trabajo de promocionar el menú, repartir volantes y coquetearle a la vida para llevar nuevos clientes. Algunos transeúntes les sonríen, otros les hacen el «quite», pero, en general, la gente suele responderles con un despectivo gesto.

Cerca del mediodía cada payaso saca su mejor arma: el temido y poco querido megáfono. Con un estridente sonido que tiende a ensordecer a quien pasa por el lado, empieza la carrera por vender la promoción del día y el menú especial. Entre piropos y una que otra información nutricional que ayuda en el proceso de venta, y sin importar el calor del sol de las 12 del día o los inclementes aguaceros, estos coloridos personajes mantienen su sonrisa color carmesí y la fe puesta en su arte.

De esquina a esquina cada uno de ellos defiende su cuadra a capa y espada. “Caballeros, damas, niños”, “suegros, novias y amigas”, “sigan, sigan… que esto se compone y la economía se beneficia”. Es una desagradecida labor, donde el tono de la voz y la sonrisa aparente son sus principales atributos. Pero realmente es a través del encanto y las habilidades de mercadeo que estos personajes nos venden los manjares que nos pintan con cada frase.

Con megáfono, maquillaje, colores encendidos y voz brillante, los payasos se convirtieron no solo en los juglares de los corrientazos populares, sino los adalides de este, los que defienden la tradición del almuerzo, de promocionar esa comida buena, bonita y barata que recarga baterías en medio de jornadas fuertes o días cálidos y suaves. ¿Qué sería de nosotros sin el folclor callejero que nos invita a una buena comida?

Hay que darse el gusto de caminar por los lugares de comida criolla, de corrientazos y ejecutivos, de dejarse llevar por las tentaciones que los payasos nos anuncian y ser parte de esa esencia tan nuestra y esa alegría que siempre aportan los payasos callejeros Después de eso, descubrirán un mundo fascinante y humano que hace parte de nuestra cultura gastronómica.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Febrero 7, 2020.

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