Un dulce demonio

Desde que tengo memoria me han dicho que me cuide de las grasas. Que son malas, que me va a dar un infarto por comerme un frito de más o que mi estado físico está como está por seguir comiendo “grasosito”. Pero como ahora aparentemente todos sabemos la verdad, el nuevo demonio que nos venden es el azúcar, que a diferencia de las grasas no se debería comer a diario y debería ser consumido con responsabilidad.


Las dietas están entre la satanización de las grasas, los carbohidratos y los azúcares. Escojan la que quieran y verán que todas siempre llegan al punto de encontrar un pequeño demonio que les cambiará la vida para siempre, sin tomar atenta nota de que en realidad lo nefasto está en no poder cerrar la boca. Mi mamá sabiamente me decía que el que se engorda “no es el plato, sino tú. Sírvete de todo, pero poquito”.

Y así es. Por cosas de salud, me he visto obligada a cambiar radicalmente mi alimentación, algo que había intentado muchas veces con la dieta o la nutricionista de moda. Y siempre, eso sí, haciendo ejercicio, porque me encanta. Sin embargo, nunca logré controlar del todo el peso y las ganas. Soy Madame Papita, no pienso en comida insípida, en evitar las salsas y muchísimo menos en dejar mis papas por cuenta de las dietas. Pero lentamente sí comencé a apartarme del azúcar: adiós, gaseosas; adiós, azúcares refinados. Eso sí, sin abandonar mis deliciosos chocolates. Así, fui ubicando dónde estaba mi problema, y grande y rápido fue mi cambio.

Fue entonces cuando esa pequeña voz en mi conciencia, o sea mi mamá, cobró sentido. Comencé a entender que en la medida en que yo le bajaba al azúcar, y por ende a los carbohidratos, que acaban sumando también, la dieta era la que yo quisiera. Podía comer delicias con moderación y el ejercicio se notaba. Además, iba al médico y se acababa la cantaleta de cuidado con el infarto juvenil.

Nos estamos llenando de azúcares escondidos y de carbohidratos deliciosos que no cumplen otra función en el cuerpo más que desacelerar nuestro metabolismo y sumar kilos. Nos malacostumbramos a los deliciosos panes, galletas, paqueticos, ricos platos con dos y tres harinas, y terminamos con un fresco jugo- con dos cucharadas de azúcar o, peor aún, un jugo de cajita. Sano todo, rozagantes los cachetes, pero con algo más complejo en el corazón, que se transforma en un problema de salud pública. Nos llenamos de bocados que no necesitamos y que luego nos cuestan para levantarnos.

Ahora dirán que me volví enemiga pública del azúcar, pero no. Solo es un consumo con moderación e información. Reconozco que no es ideal para los niños y que genera un millón de situaciones de salud importantes a cualquier edad. ¡Pero lo que sí es claro es que el diablo no se viste de grasa! Las grasas son necesarias también, pues hacen un poderoso proceso de generación de energía y combustión que nos permite balancear la dieta, y por algo es tan efectiva la dieta cetogénica (no para todos, consulten con su médico). Pero no hay que abusar de las grasas trans y lo que sabemos que al cuerpo no le beneficia.

Todo en la vida debería ir en una balanza: lo que me gusta frente a lo que me hace bien, y tener siempre el pie muy puesto en el piso para comer con inteligencia, alimentar nuestro cuerpo con amor y pensando en nuestra salud.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Septiembre 27, 2019.

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