Mis aguinaldos

Bueno, y llegaron las novenas… los nueve días donde más permisos mentales nos damos y más comida compartimos. Desayuno, almuerzo, comida, onces, y hasta medias nueves, giran en torno a bocados dulces, conservas amorosas, buñuelos crocantes, natilla de todos los colores y sabores, lechonas, perniles o pavos, todo da para mantenernos hipnotizados, mejor dicho al son que nos pongan bailamos.

Pandereta, maraca y cacerola amenizan cada una de las novenas, eso sí, acompañadas del coro de primos que nos animan a llevar el ritmo de “¿mamá dónde están los juguetes?”, “el burrito sabanero” y “los peces en el río”. Estos cálidos momentos acaban siempre en la mesa o en una chiva rumbera. En cualquiera de los dos escenarios, hay reglas claras como en los aguinaldos y la principal es no dar papaya.

Calladito se ve más bonito, así que si de probar un poco por aquí y otro poco por allá y hasta robarse inocentemente un buen trozo de la natilla antes que la repartan se trata, es mejor quedarse callado, el que habla pierde porque no hay nadie más furioso que una tía a la que le descompletan el molde… y además como en el beso robado, quien se deja robar pierde.

En cuestión de comida decembrina hay gente que a todo dice que sí (me caen bien) o a todo dice que no (los fit se la pasan en esas); siempre he pensado que en todos los ámbitos los extremos son fastidiosos, así que es mejor que no le canten “mis aguinaldos” y evite las dos palabras. Simplemente coma delicioso, y pase unas buenas novenas, en época de indulgencias es mejor que peque y empate.

Yo la verdad es que soy descarada y en estas fiestas puedo jugar perfectamente “pajita en boca”, les aseguro que siempre tendré algo de comer dentro de ella, y más si pienso en que pasará otro año para compartir en vivo y en directo con la familia y los amigos las delicias de nuestras costumbres gastronómicas. Para mí esta época tiene el mismo efecto que ver a mi cantante favorito en tarima, emoción, alegría y mucha diversión.

Y precisamente mi recomendación de hoy, más que un sitio, es una motivación pues en los últimos conciertos a los que asistí en el 2017 sentí lo mismo, tristeza. Sí, tristeza de llegar a los estadios, carpas (muy habituales últimamente) o salas, en cualquier lugar del país, y no tener ofertas gastronómicas proporcionales a los eventos. El hecho de estar en un espacio público y no tener tiempo para sentarse a manteles no quiere decir que todo tenga que ser comida rápida insípida, a precios astronómicos; con un poquito de ingenio y ponerse en los zapatos de los comensales saldrían cosas más divertidas que el perro triste, la galleta tiesa, el palito de queso que parece un chicle mascado y el sándwich mojado. Y ni digamos del “guaro, guaro” que si lo legalizamos sería menos peligroso y menos seductor. Anímense, les aseguro que clientes hay y que además es una oportunidad para que luego no sólo comamos lo que nos venden en los conciertos, sino que vayamos a visitarlos en sus restaurantes.

¡Les deseo unas felices y apetitosas novenas!

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Diciembre 14, 2017.

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