Guajira en la olla

Viajar a ese rincón de Colombia fue uno de los recorridos gastronómicos que cambiaron mi olla para siempre. Llegué con la típica angustia de «¿y el agua no me matará? ¿Chivo toda la semana?». Y obviamente empaqué mecato en el morral y me preparé para el peor escenario, alimentarme de rosquitas de arroz y barras energéticas ante la duda.

Todo fue cambiando cuando un lugareño y embajador impecable de su cultura me invitó a desayunar salpicón de casón (tiburón de la zona) con arepas rellenas de queso, para bajarlo con jugo de corozo. Una vez sentada a la mesa, ya no me importaba la calidad del agua o si me iba a matar o no. Sí señores, así de suave empezó mi día. Por tanto, ya sabía que el almuerzo y la comida serían maravillosos y que luego de cinco días aquí corría el riesgo de subir más de un kilo de solo felicidad.

Un sol infernal y un calor insoportable era el peor escenario para mí, una cachaca que venía de una impresionante temporada invernal en «la nevera» (Bogotá). Por tanto el almuerzo debería devolverme la vida.

¡Sorpresa! En el comedor de la casa de un amigo de mi guía, me comí el mejor caldo de pescado con fideos de mi vida y lo rematé con arroz de pescado. Gracias a todo eso mi experiencia en La Guajira ya era mágica. Pero este primer día de cinco tenía que terminar con voladores. Un pescado a la plancha me mandó a dormir enamorada de sus tradiciones culinarias, de sus sabores ancestrales, de su amor por los ingredientes, porque cada alimento es único.

Los días pasaron y mi estómago sano, salvo y hambriento fue probando una sazón propia de esta tierra. Llenos de colores, los platos iban enamorándome cada vez más de la comida de la calle y de las familias que abren sus puertas para compartir sus recetas familiares.

¿Que La Guajira está en la olla? ¡Pues claro que lo está! Y en tremenda olla llena de tradición gastronómica, donde las ollas hacen respetar la esencia de su cultura.

¿Que si es mal de vereda o enamoramiento a segunda vista? No sé ni me importa. Lo único claro es que un turismo gastronómico por La Guajira los dejará sorprendidos. Eso sí, no hagan la novatada del turista desconfiado que come por único oficio en restaurantes con cara de perfección, pues recuerden que donde lleguen hagan lo que vean. Y les garantizo que les conviene hacer lo que hacen los locales. Los que se preguntan si aún los supermercados de Riohacha tienen maravillas «importadas» en sus góndolas, la respuesta es Sí. Me pasé por uno y compré sorpresas deliciosas.

Pensarán que estoy loca, que no viví nada de los problemas sociales y de desarrollo propios de la región. Les garantizo que sí y desde lo más profundo de sus comunidades. Pero también, sin hacerme la tuerta, vi que el potencial de su gente y su cocina es superior a muchas otras cosas.

El dato coqueto de hoy: La Guajira hoy cuenta con un programa de preservación de semillas en 60 comunidades, iniciativa que permite conservar sus hábitos alimenticios y sus cocinas ancestrales. No es fácil en medio del desierto lograr esto, pero en un trabajo entre comunidades y empresa privada, La Guajira comienza a tener sus reservas propias de ADN. Melón criollo, Pirijuya, Maíz Cariaco y Kapeshuna hacen parte de esos tesoros que preservan grandes y chicos; 20,5 kilos de semillas que conservarán y alimentarán la historia de estas comunidades.

Vamos a vivir La Guajira, su gente y su cocina. Les juro que no se van a arrepentir. Chivo, pescados, mariscos, fríjol guajiro, todo lo que se coman sabe a ellos.

P. D.: No podía dejar de escribir por #MocoaSomosTodos, los invito a cambiar una salida a restaurantear por una donación del mismo monto para la reconstrucción de #Mocoa. Dejen la pereza, es fácil: Davivienda, cuenta de ahorros 021 666 888.

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Abril 6, 2017.

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