¡Ni un americano más, por favor!

Mi día no puede empezar peor si llego a comprarme un tinto y la frase que sigue es: ¿un americano?

No señorita, es un tinto, ¿qué tiene eso de difícil? Siempre mi pregunta interna es: ¿En qué punto nuestro tintico se volvió americano? o ¿de cuándo acá el americano tiene algo que ver con nuestro tinto?

Seré básica, pero me dicen americano y pienso en un tipo guapo, según ellos, en jeans y t-shirts, tipo “Guardianes de la Bahía”, que después se transforma en un imaginario colectivo de comida procesada, problemas de obesidad y calidad, y en el caso del café, cero aroma a café colombiano. Pero eso no solo me pasa con el tinto; yo pido el tinto y veo un colombiano echao Pa’lante que no se paratracea ni pa coger impulso.

Últimamente he tenido serios problemas con el sabor de la fruta y la verdura, me sabe toda a cuarto frío, insípida y paluda (dura en el centro). Ni hablemos del pollo; entiendo y respeto todo el tema de los acuerdos comerciales, pero estoy aterrada de las megapiezas de pollo, perfectamente estandarizadas y que no saben a nada. Me gusta el tomate chonto, la manzana criolla y el pollo campesino, el cual crece al natural.

Repito, entiendo todo lo que a tratados de libre comercio se refiere, pero lo que no entiendo es cómo nosotros consumimos lo que nos ponen un poco a la fuerza, en los estantes. Ajos choconteños morados que huelen una cuadra antes a campo, no le dan la pata nunca a esos ajos blancos perfectamente escuálidos ecuatorianos o chinos. Fresas rojas, quizás unas más grandes que otras, pero que ¡huelen a fresa! Contra fresas como de foto, a las que hay que ponerles azúcar encima para que el jugo sepa o los niños se las coman. Nuestra independencia gastronómica no puede depender de un paro camionero o de un TLC. ¡No, señores, bájense de ese bus!

Nuestras raíces gastronómicas necesitan construir historia, revivir a las abuelas, salir a la calle y sobre todo, conocer pues necesitamos una memoria de nuestro patrimonio gastronómico. Ir un poco más allá de las marcas y cadenas que son de alguna forma una moda que nos recicla sabores y mordiscos. ¿Cómo así que somos ahora americanos en lugar de tinto? Creo que a Juan Valdez le crecería el bigote (más), si por único oficio tuviera que vender americanos en Colombia. Nuestra cultura cafetera debería tener la suficiente fuerza para hacernos respetar nuestras raíces.

Nuestro campo y nuestras mesas deberían crecer de la mano. Enseñarles a los niños que más allá de los dulces tipo Wonka, hay dulce de papayuela, de mora, obleas y brevas con arequipe. Las loncheras deberían ser un minicampo, no un stock de cajas tetrapak. Y Nuestro bolsillo debería pagar esos $500 de más, que nos vale dejar crecer el campo colombiano fuera de la perfección de los TLC.

Hoy vamos a apostar por esas movidas locales hasta el tuétano, llenas de sabores y creatividad:

Madonas Mini Donas Artesanales: Enseñarle a la gente a comer postre medido pero nutritivo y donde la colombianidad sea la bandera. Pueden compartir, ser egoístas, pero siempre es un mordisco dulce. Donas colombianas con mucha investigación y desarrollo, llenas de productos de la canasta campesina cercana.

Sus rellenos pura creatividad con marca propia: MaracuMango, queso bocadillo, arequipe de cubio y jalea de guayaba producida por la mamá de Santiago Amaya, creativo y creador de Madonas. ¡Afuera del menú básico las donas industriales y artificiales; llegó la hora de comer donas colombianas!

El Cebollero: ¡Solo su nombre me hace feliz! Una apuesta de dos jóvenes gomosos de las salchichas y el perro caliente donde el cerdo, la res y el pollo tienen cabida de una manera muy particular. No es el típico perro caliente; sus acompañamientos y salsas los convierten en un bocado único bien colombiano. Chips de arracacha, papas criollas, puerros, jengibres y mayonesas de la casa como la de cilantro. En su mesa toda la esencia cundiboyasense: salchichas campeonas como la Villa de Leyva; pollo y tocineta acompañado con salsa de puerros, y la Nemocón: salchicha de cerdo marinado en jengibre, soya y panela acompañada de puré de aguacate.

Minimal: Una casa de esquina que tiene corazón y esencia colombiana. Raíces, productos y tradiciones en las preparaciones sorprenden en cada bocado. Postres, jugos y platos contundentes. Hormiga culonas, arazá , gulupa, pulpo, cordero, conejo… Todo lo que se imagen de Colombia esto es Minimal.

Una recomendación de lujo y de una de las personas que más sabe de cocina e historia de la gastronomía @lacocinadluisa: Conozcan la Biblioteca Básica de Cocinas Tradicionales de Colombia editada por el Ministerio de Cultura que tiene 17 libros de referencia obligada sobre cocinas colombianas.

Después de hoy quisiera ver un concepto de “nuestra gente”, echada p’a lante, y a todo un país unido con sus ollas y cocinas, ¡así como sin dudarlo lo haremos hoy nuestros atletas en los olímpicos!

#MadamePapita

@ChefGuty para El Espectador. Agosto 4, 2016. 

 

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